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BUSCAR CURANDEROS

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Este post comienza en la introducción de la Temporada y se trata de su tercer párrafo: el umbral a un viaje de aprendizaje interno. Disculpa por saltarme el contexto y los detalles previos de toda una labor de sanar, con la simple invitación de unos links. Aquí te cuento sólo ese paso inicial del miedo por quedarme sin guía al consuelo de verme como mi propio maestro.

Conocí a don Julián meses antes de irme a vivir a Huautla porque, la verdad, sí quería que alguien me cuidara en esta loquera de pasar tanto tiempo comiendo hongos… No a mi lado cada noche, sino con su atención al proceso. Su nieto Noé, sobrino de mi M. Hugo, me contó que sus dones venían de familia, pero quizá podría enseñarme a leer las velas y el maíz, o hacer amuletos y el típico temazcal individual. Días antes de escribir este post, fui a visitarlos y brindamos por el viejo.

Apenas participé en aquella entrevista con ese hombre recio de mirada firme, mientras ellos dos intentaban explicar mis extrañas intenciones bajo la oferta de pagar mi hospedaje y ayudar en sus labores; entendía bien el español, nomás no le gustaba usarlo. Cuando aceptó recibirme, al parecer complacido por el interés de un citadino en su oficio, asumí también la necesidad de aprender mazateco y de ajustar mis expectativas de trabajo personal ante la guía de un curandero estricto.

Don Julián murió sin causa conocida justo en su cumpleaños 89 y un día antes de irme para allá. Mi mentalidad obsesiva se detona con peculiar intensidad cuando algo interfiere sus planes, pero en todo ese contexto, el quiebre de mi estructura al inicio del camino me pareció la señal de algo necesario. Llegué con Hugo a San José Vistahermosa -un cerro frente al de Huautla- para dar el pésame y acepté su oferta de salir a buscar un sustituto digno porque los buenos chjotá chinej -gente de sabiduría-, dice, “ya no están en la ciudad”.

El primero fue don Luis en la comunidad El Camarón. Esperamos turno por largo rato en un patio grande, iluminado y sereno muy similar a su dueño. Mientras Hugo platicaba con él revisó mi pulso, nos preparó un té, me tiró el maíz y armó un paquetito con papel de estraza como amuleto de protección. Vio buena suerte en mis planes y la amenaza de envidias, pero sus vecinos le prohibieron recibir más extranjeros cuando a uno de sus clientes le pareció muy casual salirse a caminar desnudo en su debraye.

También conocí al Ángel de San Miguel… Así bromeaba con su nombre en tono publicitario. Era el hijo de la señora que buscábamos y aprendiz en sus últimos años de vida; rentaba cuartitos, hacía ceremonias para turistas y a diferencia de curanderos más viejos, sí comulgaba con los honguitos en casos especiales. El mismo don Luis nos dijo que él ya casi no los comía porque terminaba viajando en sus problemas, más que en los del paciente.

Esto se repitió entre algunas referencias, nos perdimos buscando otras, en una comunidad nos rodearon el auto para corrernos y, en general, era difícil ser recibido por las mujeres ya que podría ser mal visto. Durante esas horas de carretera sin resultados, mi obsesión por planear levantó nuevas estructuras pensando en una estancia más corta en Huautla, con viajes menos frecuentes enfocados en mis prácticas psicológicas y de meditación.

El cuarto día paramos a comer y Hugo se encontró a una amiga, quien le dio la noticia de que doña Macedonia acababa de volver a su casa en Agua de Gancho. La coincidencia iluminó su mirada y el rumbo de mi camino. Salimos por la mañana y luego de subir un largo tramo de terracería, pude presenciar su conmovedor reencuentro con la abuelita, a quien asistió por años hasta recibir su bendición para hacer sus propias sanaciones con los Niños santos.

Hugo decidió acortar explicaciones, le dijo que yo andaba buscando lo mismo y ella propuso hacer un viaje de consulta, aunque tenía mucho tiempo sin comer la medicina. En esa noche decidió guiarme en otras cuatro ceremonias para obtener el permiso y confirmó que el riesgo en mi experimento era bajo si me cuidaba con el rezo y una buena alimentación -mucha tortilla y chile, decía-. Macedonia era muy reconocida entre las buenas chinej de la región, pero en realidad se llamaba Aurora.

Tampoco podía recibirme en casa ni entendía el español, sin embargo, se convirtió en la guía que necesitaba para asumir este nuevo giro del camino. Con su aval en la tradición y a mis planes autodidactas, conseguí hospedaje en Huautla para poder visitarla con frecuencia, aprender lo que quisiera confiarme a través de su bisnieta traductora y conocer el trabajo de otras personas como Aurelia y Agustina en el barrio La Cruz, Genoveva en la calle Hidalgo, Antonio en la del hospital y algunas más.

El fin de este post, más que dar referencias turísticas para buscar curanderos, es sugerir un proceso de encuentro personal como algo necesario para la sanación. Si la idea es un viaje de aprendizaje, puede que el honguito y tu propio inconsciente sean los mejores maestros. Y eso de llamarle “umbral” a los conflictos iniciales de mi experimento, es sólo una manera de resignificar los obstáculos que también has superado en el viaje heroico de cada transformación en tu vida.

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