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CHISME EN HUAUTLA

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Los curanderos mazatecos suelen hacer amuletos protectores contra el daño de la palabra falsa -én ndiso- y otras vibras. No me extraña que se usen todavía en la ciudad de Huautla en donde percibí, más que en otros lugares, esa costumbre tan humana como creativa de hablar supuestos de los demás, o mejor aún, sobre los inmigrantes entrometidos en sus tradiciones. ¡Afortunadamente, llevaba mi pulserita roja pa’l mal de ojo!

Se trata de paquetitos de papel de estraza u hoja de plátano que contienen hierba de San Pedro -picietl-, cacao, plumas u otras cosas, y los amarran echándoles rezos y vueltas de hilo en cruz. Don Luis me dio uno a mi llegada para cuidarme de envidias y de un falso amigo que hablaría mal de mí, según interpretó en una tirada de maíces. Días después conocí a mi M. Aurora y me dio la misma advertencia leyendo sus cartas.

Al escribir este blog, noté que mi vida en la sierra mazateca estuvo muy relacionada con la comunicación. En este aspecto, ya sea por incidentes involuntarios como por mi natural imprudencia social, se dieron por hecho algunas cosas sobre mí, se inquietaron ciertas relaciones y al final, supongo, el enorme poder de su palabra -española o mazateca- influyó para sentir que ya era momento de largarme. La verdad, sí di motivos de qué hablar, pero también les gusta el chisme y se lo creen con facilidad.

Lejos de criticarles, lo veo como un elemento dinámico en su sociedad, tan integrado como para ser de lo que más trabajo da a sus sanadores tradicionales. No soy el único en notarlo. Este carácter psicotrópico del chisme -de tropos, girar o modificar actitudes y conductas- se explica mejor en un texto de título similar a éste, donde la autora menciona el efecto curativo en la palabra verdadera de los honguitos y parafrasea a la antropóloga Bruna Franchetto, cuando coincide en que la mentira y el chisme son capaces de enfermar a los demás.

Muchas veces me contaron sobre la invasión hippie en los años sesenta, como el inició de su recelo a los extranjeros que entonces y ahora, se portan muy raro con y sin el efecto de los Santitos; como al salir encuerados a la calle o pedir comida vegetariana en un restaurante. Desde entonces, sus creativas charlas pueden dirigirse contra las oleadas de turistas y artesanos de quienes, por cierto, no obtuve mi pulsera roja tejida con una cuentita parecida a un ojo… Fue un regalo, antes de irme para allá, de mi persona más querida.

De varios curanderos escuché diagnósticos parecidos sobre envidias y cizañas que causan un mal aire al cuerpo. Del obispo de Huautla, amigo de la familia de Hugo, me enteré de la curiosidad de la gente por mi llegada y me pidió una terapia con imanes para informarse de primera mano. Muchas personas me decían cosas sobre sus familiares o vecinos, y dos o tres en momentos diferentes aseguraron que me había casado con distintas chicas del pueblo; pero en las fiestas del Día de muertos, me vi envuelto en un curioso escándalo local.

Salí del bar a fumar y conocí a dos chavas turistas prendiendo un toque. Al volver adentro, una de ellas me confesó por largo rato sus problemas de pareja; luego la otra me contó su versión, hablando a gritos y muy de cerca por el volumen de la música. De pronto, su novia se la llevó y luego de un rato, se oyó un desmadre fuera del bar. Cuando me asomé a la puerta, las mujeres ya separadas de su pelea aún se aventaban objetos de la estancia y al notarme ahí, la primera se me va encima porque “me vio” besando a la segunda. La ebriedad impidió en ella toda comprensión y fertilizó por meses la mitología urbana con un buen pleito de lesbianas.

Todos tenemos derecho a descalificar a otros, incluso como un torcido mecanismo de pertenencia, pero siempre será responsabilidad personal hacerlo con base en la mentira o que el prejuicio la convierta en engaño. Este post, publicado durante la intercampaña electoral 2024 y mientras el sionismo llama humanitario a su genocidio, me remite a pensar en la comunicación como el mayor aprendizaje de nuestros tiempos, cuando los medios hacen más evidente que nunca -pa’l de buen ojo- cómo saben manejarnos con datos falsos o exagerados, expresión de miedo y mala fe, sembrando duda, palabra maligna… én ndiso.

Mis últimos tres meses allá, viví con una extranjera muy alta que llamaba mucho la atención. Quizá este argumento final para el chisme unido al sensible trabajo con los honguitos, me hicieron evidente la poderosa vibra de la palabra para decidirme a concluir mi viaje y esa relación (por motivos distintos, claro). Luego, me fui de vacaciones a Mazunte para ofrendar al mar este rudo proceso de aprender a comunicarme mejor con la gente, mis futuras parejas y conmigo mismo. Al tercer día, saliendo de las olas, la pulserita roja ya no estaba en mi muñeca.

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