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MI CONSUMO DE DROGAS

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El mayor miedo de papá en mi pubertad, era que yo me metiera drogas. Así que fui muy fresa hasta los veinticinco años, y todavía, me influye para resignificar mi consumo lúdico hacia una intención funcional en tres sentidos: como psiconauta, como herramienta de autobservación y en su aspecto ceremonial para la sanación.


-Entonces, un mejor título para este post sería “Mi trabajo con los enteógenos”, pero éste le da cierto atractivo morboso-.


Crecí bajo la satanización mediática mundial del Di NO a las drogas, irremediablemente adictivas, destructoras de la personalidad y causa de locura o indigencia. Sin embargo, probé la mariguana a los quince años y durante otros diez, me dije que no era nada para clavarse; y es que, cuando se corría el toque en la borrachera, se me cruzaba en unos bajones de brutalidad y amarillez propia de Los Simpson.


Y, sin embargo, me clavé. La cosa es que en San Cristóbal había mucha yerba y mucha banda golosa, que me mostró que primero se fuma y luego se bebe, así como una gama de consecuencias por atascarse con otras sustancias para vivir en “un mundo lleno de sensaciones, pero vacío de sentimientos”, decía Carmen C… Y también allá probé honguitos, opio y coca.


La cosa en Potrero fue que la mota era fuerte y que en casa se fumaban varios churros al día; así como es para la banda, pero demasiado para mí. En cambio, con el peyote fui más reservado y sólo salí a buscarlo dos veces en ese año; no como la banda, que incluso adiciona con mescalina sus cervezas.


De vuelta en la ciudad, me mantuve fumando de manera moderada, pero constante, y con un uso muy eventual de otras cosas hasta que cumplí los cuarenta. Entonces el híkuri me buscó a mí; una gran amiga me invitó a trabajar el duelo por la muerte de mi madre en rituales con esta y otras plantas de poder, seguidos de profundas sesiones grupales que redondearon mi terapia sicológica.


Gracias a esos trabajos, comencé a comprender estas drogas como Medicina (término más adecuado por su función y sin el prejuicio adictivo), que conviene consumirlas como parte de un proceso personal (sí, para una introspección implacable más que ver lucecitas) y por qué han sido origen del pensamiento místico de muchas culturas que reconocen su espíritu.


Probé la ayahuasca, la ska pastora -Salvia divinorum- y el sapo -Bufo alvarius-; bebo poco alcohol y no uso drogas sintéticas, excepto LSD y tres veces MDMA. Pero sí, tengo una adicción funcional a la yerba que se complementa con tabaco, café y TV; por eso procuro no fumar de manera mecánica, sino darle alguna intención acorde a su efecto; no para evadir sino por interiorizar en mis sentimientos, no como muleta creativa sino por la fluidez del pensamiento, y no cuando edito mis textos porque divago re gacho.


También reconozco que estas primeras publicaciones emanan de sus delicados efectos, junto con una microdosificación de psilocibina. Aleks, editor y amigo, me insta a honrar el legado de Bukowski y H. Thompson en estas letras; lo hice, lo hago ahora y es probable que escriba así unas cuantas más, o al menos cuando se trate de este tema central del blog.


Quiero contarte mis reflexiones como psiconauta sobre mi trabajo interno. En especial, las de esta temporada con los Santitos; una colección de imágenes fantásticas de mi sicología y de un contacto sensible con lo sobrenatural (tema que ampliaré por separado). Por eso, aunque sí que me voy a poner literario con algunos, esto no será una bitácora de viajes sicotrópicos o un elogio del exceso. Seré muy Gonzo, pero pretendo mantenerme fresón en el consumo.


Entonces, un subtítulo para el post podría ser “La sanación a través del miedo”, porque las ceremonias y herramientas que me trajeron esas imágenes, limpiaron a fondo mis demonios internos y la relación con mi padre.


Al hacer consciencia sobre su gran temor vuelto realidad (que yo consuma drogas), me doy cuenta que así funcionan los miedos, por Ley de atracción, con esa poderosa energía que se transmuta en coraje cuando no en huida. Ahora, ambos sabemos que la dependencia o la indigencia no son un resultado ineludible bajo un consumo responsable y, chingón como es mi papá, hasta hemos viajado juntos.
 

Sunrise over Mountains
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