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EL HÍKURI APARECE

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El peyote reapareció en mi vida hace poco más de una década. Antes, lo comí dos veces en mi temporada en Potrero y creo que volvió para ayudarme a comprender su valor tradicional, a superar un duelo familiar y a iniciar mi trabajo psiconáutico. El espíritu del cacto también se manifiesta en el viaje de algunas personas, o ante otras, revela su magia de aparecer y desvanecerse cuando se le busca en el desierto.

En este post te voy a contar sobre la cacería del venado azul, el procedimiento wixárika para recolectar el híkuri, como parte de sus peregrinaciones anuales adaptadas a un grupo de mestizos. O sea que no se remite a mis días en Potrero, sino a mis recientes visitas a la zona de Wirikuta; y lo aclaro porque todo el párrafo anterior, se explica mejor en otras tres publicaciones.

Los términos generales vienen en la de mi consumo intensivo de mariguana, porque el peyote me enseñó sus consecuencias: me hacía poco funcional, evidenciar mi ingenuidad y enrollarme la mente. También habla del primer contacto con respetar las formas tradicionales del híkuri, a través de la familia de Renato, y con los excesos de uso habituales entre turistas y otros artesanos.

Un post en especial, narra esas dos veces cuando salí a buscar peyote y lo mágico de encontrarlo. En ambas lo hicieron unos niños, en áreas por donde ya había pasado sin notar que estaba por todas partes; y me gusta pensar que el cacto me ofreció esa ayuda, por haberle dado una cacería apropiada. Tengo amistades para confirmar mi idea y su carácter huidizo, como de venado, y algunas sí vieron a su espíritu manifestarse en el viaje.

Sobre esa entidad y sus mensajes, trata el post “El M. en el híkuri”. La M. de Maestro (para lectores recientes) va en estricto sentido con la esencia de esta planta enteógena. Así lo definían desde Carlos Castaneda hasta el mara’akame Juan López, quien compartió su tradición a la gente mestiza a través del grupo de estudios Hermondor y el M. Uru, con sus trabajos de artesanía, ceremonias de sanación y las peregrinaciones que te voy a contar.

Por lo general, el autobús iba casi lleno en esta ruta cruzando el desierto por cinco días. Este es un número clave en la cultura wixárika. Aplica a sus zonas sagradas (Wirikuta es una), a los sitios que visitamos para dejar ofrenda y son las veces que deben repetirse las peregrinaciones; eso cuando menos, porque al hacer cinco viajes de ida, se necesitan otros tantos de regreso, según decía don Juan entre risas.

Al norte de San Luis Potosí, pasando el pueblo de Charcas, el intrépido chofer se internaba en las terracerías hacía la Presa de Santa Gertrudis y Estación Catorce. En el camino se van cosiendo listones a los cirios de las ofrendas y todo lleva la intención de cambiar conceptos aprendidos (al camión se le llama lancha y a la gente por su género opuesto); así se va creando un ambiente de introspección particular para cada sitio del recorrido.

El primer día, apenas se alcanzan a visitar dos ojos de agua -Tatei Matinieri y Toi Matinieri-, que obviamente se volvieron sagrados entre los antiguos caminantes del desierto. Al segundo, se hace la cacería del híkuri y su ritual nocturno, cerca del único montículo de piedra volcánica en la zona -Kauyumari, que igual significa “venado azul”-. Otro día para trabajar el viaje en terapia grupal y descansar un poco, antes de subir por la mañana a Real de Catorce y caminar hasta el cerro El Quemado -Reu’unar-. El trayecto de vuelta a casa, ocupa el quinto día de cierre ceremonial.

Antes de empezar la cacería, Don Juan aplica camuflaje para no espantar al venado, con puntos en las mejillas del tinte amarillo de la raíz uxa -Berberis trifoliata-. Caminamos en bola hasta hallar el primero, se le deja ofrenda sin cortarlo, y desde ahí parte el área de búsqueda, ya que el cacto prolifera en familias. Se recomienda buscar junto a las plantas gobernadoras, cantarle al caminar, dejar ofrenda al cortarlo y sólo llevar las cabezas de buen tamaño, porque la raíz enterrada genera cúmulos de nuevos peyotitos.

Sólo una vez, el híkuri nomás no apareció. Para don Juan esto no fue extraño, ni cosa de magia; para el viaje ritual, bastó con tener uno en el altar y compartir unos vasitos con mescalina en agua. El sabio ancianito -kawitero- murió hace poco tiempo, luego de guiarme en ocho peregrinaciones por su tierra sagrada de Wirikuta. Apenas volví este 2024, con el grupo de estudios Ixpanticayotl y bajo la guía de mi M. Mauricio, en una versión propia de menos días, pero avalada por otros líderes mara’akate (en su correcto plural).

El próximo año, espero poder cumplir mis diez visitas de ida y regreso, acompañando la cacería de los pueblos originarios a la que sólo invitan unos cuantos mestizos. Confieso hacerme ilusiones de viajar al fin con el espíritu Maestro en el híkuri y su enseñanza de guía en la vida. Pero no importa si mi terca mente sigue sin lograr verlo. Ya fui testigo de su magia para manipular escenarios, aportar ayuda en su búsqueda, ocultarse de una horda de hippies o aparecer de la nada, para sorpresa y deleite de todos.

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