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EL HONGUITO HABLA

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El viaje con psilocibina puede sacar algo de luz entre la oscuridad; da certidumbre sobre algunas cosas, sin revelar cada secreto. De pronto se pone enigmático, y por eso sorprende o cuesta trabajo recordarlo. Pero a veces, el espíritu Maestro en los honguitos enteógenos ofrece mensajes claros, de esos que no sólo transforman la percepción, sino toda una perspectiva, durante su mágico efecto de ilusionismo.

Justifico mi uso del término, porque en la mente se producen maravillas inexplicables o hasta revelaciones imposibles para sí misma; no obstante, el testimonio de esa realidad resulta indudable, sin necesidad de conocer sus causas -se le llama, experiencia noética-. En tal caso, eso de que el hongo me habla sería un vívido truco de proyección del inconsciente. Aun así, te comparto el registro de los viajes donde esa entidad de magia verdadera, me dejó enseñanzas más concretas que una mera ilusión.

Aunque la nombro en mazateco por los honguitos y le atribuyo una naturaleza dual -femenina y masculina-, en adelante, le aplico el genérico masculino para evitar confusiones como en el título del post “La-El M. en los Ndi xitjo”. El texto se refiere a la esencia de este espíritu cual un Maestro de las estrellas, ventana a otros planos de consciencia, integrador de opuestos y menciona, de pasadita, cuando él mismo se definió en su potencial creativo (el encuentro a detalle, igual, más adelante).

También menciona coincidencias con algunos conceptos de Carlos Castaneda, quien lo considera un aliado que ayuda a la estabilidad emotiva y, en vez de mostrarse, se distingue en la cualidad de los sentidos. En cambio, difiero de plano cuando dice que no puedes hablarle. No sólo por mi experiencia; la tradición mazateca define como én kixi a la palabra verdadera de los hongos, dictada a través de sus sanadores -chjotá chinej-.

Hay otros posts al respecto de estas entidades sutiles, capaces de usar un estado alterado de conciencia (como el sueño) para transmitir paquetes de enseñanza etérea. Por más sobrenatural que parezca, es en la subjetividad de esa dimensión interna donde se han generado los más complejos sistemas de pensamiento. No porque sea mi caso, sino por dar pie a contarte que, en mi bitácora de viajes, tengo registrados diez de esos contactos directos con mi M. Ndi xitjo.

El primero, fue al inicio de todo (viaje Nº 2). Estaba por comerme otra dosis, cuando percibí una pregunta con tono retador y por completo, externa a mí: “¿En verdad quieres ver de qué se trata esto?”. Pese a mis nervios, me la comí. Al rato estaba en una casa como la de Yoda, escarbada entre raíces, mientras una voz me hablaba en mazateco y sentía poder entenderle una especie de plática y recibimiento. Semanas más tarde (Nº 12), volví a ese hogar que ya tenía una decoración distinta y un refugio especial para mí, bajando unas escaleras desde la estancia, donde podría descansar el trabajo de recibir la enseñanza.

Poco después del primer encuentro le pedí que me hablara, y en su lugar, jugamos a las escondidas (Nº 4). Lo buscaba en las habitaciones o dentro de mi cuerpo, y brotaba sin forma de las sombras para sorprenderme. Luego me escondí yo, riendo como un bebé. Me tapé los ojos con las manos y salió de la penumbra diciendo “¡Aquí ‘tá!”; me metí bajo la mesa y levantó el mantel gritando “¡Buuu!”; entre las plantas del jardín, se convirtió en un bicho, y en medio del bosque, apareció como piña de pino. Al final me escondí en “la nada”, según yo muy conceptual, y entonces me demostró que él mismo es la Nada: puro espacio creativo, el potencial absoluto para generar; es, al mismo tiempo, el papel y el lápiz, o según mi M. Aurora, la luz blanca y amarilla de Dios -Nainá-.

En tres ocasiones me dio mensajes sobre mi trabajo personal (Nº 21, 40 y 67); nada que no pudiera salir de mi inconsciente, pero con la contundencia de quien te habla al chile: “Te haces bien pendejo” de ciertas maneras, o “Perdiste el tiempo” cuando quise controlar el efecto. En otras dos (Nº 32 y 50) me puso en estado de suspensión, una pausa catatónica para revisarme, hacer algunos ajustes y devolverme a mi viaje: “¡Órale, a lo que estabas!”; y hubo dos más (Nº 22 y 47) cuando se fusionó con mi cuerpo, con el fin de poder explorar los sentidos y darme consejo a través de mi voz: “Vive, libera, percibe, transforma, acaricia, sana…”.

Recién escuché esa grabación donde el Maestro se entretiene grabándose; y la verdad, me ganó la risa. Sin duda demuestra mis ganas de creer en estos contactos, y a la vez, hay algo intrigante en el tono y la cadencia que me resultan ajenos. Un tipo de fraseo breve, cíclico y musical, frecuente en el rezo de los curanderos o en la poesía de María Sabina (“Soy la mujer luna. Soy la mujer que vuela. Soy la mujer aerolito…”). En cierto modo, es como el discurso envolvente de un buen mago para sorprender con sus trucos.

No soy el único en sentir que los honguitos hablan, lo cual aumenta el enigma de ser sólo una proyección del inconsciente. Esos viajes jamás se olvidan; se integran a toda una perspectiva de vida y al recordarlos, cobra sentido su ilusión. Algunos incluso, creemos en mensajes del espíritu en los ndi xitjo -pequeños que brotan-, a quien reconozco como Maestro porque me hospeda en su casa, me revisa y corrige, juega o se fusiona conmigo, le llevo registro de su cátedra y aplaudo de pie ante su mágico efecto.

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