
EL POTRERO
Desierto
TEMPORADA 2
El Potrero, Real de Catorce, S.L. Potosí
Cuándo: octubre 1998 - noviembre 1999
Etapa: ruda
Reto: físico
Planta: peyote
Dejé la acogedora alegría de San Cristóbal, para probarme que podía modificar mi estilo de vida. La idea de la aventura llegó junto con el guía, Renato, quien tenía casa, familia, terreno y proyectos en un pueblito desértico al pie de la sierra de Real de Catorce, lo que de pronto me pareció un llamado a retirarme al campo en busca del crecimiento espiritual.
Pero la primera noche, en medio de un concierto coral de coyotes, mi candidez se desplomó en terror con la pregunta: “¿Qué carajo estoy haciendo aquí?”. Quizá intenté disimular los miedos de mi decisión durante un mes, hasta que un certero bullying me hizo caer en cuenta del pretencioso error en mi objetivo: querer ser muy elevado, sin antes haber tocado tierra.
Decidido a quedarme -y a aterrizarme-, aprendí a hacer artesanía con piedras y alambre, a sembrar una milpa, a montar a caballo, y gracias a muy variadas situaciones y personajes (artesanos, rancheros, expresidiarios y, en especial, al Beto “loco”), nunca antes me hice tan consciente de ser tan fresa.
Cada día tuvo sus pruebas y exigencias: explorar el desierto y ubicar mi camino entre los cerros, sacar miel de panales silvestres, cargar piedras y cribar arena para construir un muro, atrapar a un caballo y a un perro escapistas, subsistir solo de mi artesanía durante meses… y todo eso, dentro de la turbia burbuja de mi intensivo consumo de mota.
Aunque pasé la mayor parte del tiempo en soledad, recibí lo que elijo ver como regalos para enfrentar el desafío del trabajo físico: de Consuelo, la misma sensación de nuestro efímero ligue; de Blanca, el reset emocional de un beso furtivo; y del peyote, la visión de cómo mi mal uso de la yerba me impedía asimilar mejor mis vivencias, cómo había convertido a Renato en una extensión de mi padre, y cómo luchaba por validación al grado de dejarme lavar el cerebro.
En esta Temporada comparto cómo el encierro me fortaleció para enfrentar un desafío mayor: regresar a casa cuando encarcelaron a mi padre y conseguir liberarlo tras enfrentar la corrupción del sistema que lo inculpó. Y con todo, fue quizá mi periodo de mayor crecimiento al enfrentarme a grandes temores personales, a la pérdida de la inocencia y a la responsabilidad de dejarme llevar por mis vicios.

SER FRESA

TRABAJAR LA TIERRA
Lo que me atrajo de irme a Potrero fue crecer y cuidar una milpa, aunque al final mi trabajo con el cuerpo tomó tres sentidos: con la tierra, con las manos y construyendo. También pensé necesitar aislamiento luego de un año en San Crisis, probar mis límites en la vida de campo o procurarme algún tipo de experiencia espiritual… y lo que me hacía falta era aterrizar la mente.

TRABAJAR DE ARTESANO
Lo que me convenció de aprender a hacer artesanía fue crear y subsistir con la labor de mis manos. Darle este sentido a mi trabajo corporal en el desierto -junto con la siembra y la construcción-, me dio la tranquilidad de contar con una fuente de ingreso alterna antes de empezar a ejercer como comunicador. A fin de cuentas, modificar un estilo de vida es cosa de actitud.

TRABAJAR EN LA CONSTRUCCIÓN
Lo que me enseñó mi ejercicio como chalán de albañil fue a levantar y fundar una estructura propia. Además del contacto con la tierra y el oficio artesanal, este sentido de mi Trabajo físico me conecta con el de vida en sus aspectos mental, emocional y místico por cómo aterriza una premisa básica de mi experiencia: Yo digo que venimos al mundo a aprender.

BETO "LOCO"
De pronto Beto detiene el paso, apunta el rifle y me susurra: “Mira, ahí ‘stá el águila”. Este es uno de los grandes personajes en mis viajes, intrigante por los extremos que me refleja y un modelo para confrontar mi percepción fresa con la realidad del campo… como ese momento que parecía estar por darme una muestra de su crudeza.



LOS ANIMALES
Tres meses antes de escribir este post, murió mi mascota en su pecera. Su recuerdo y el de varias otras complementa la perspectiva de mi profundo contacto con los animales en el desierto, en función de la diferencia entre cuidarlos por su compañía -o desplazamiento afectivo-, por sus servicios al hogar o, al contrario, cuando debes cuidarte de ellos.

BUSCAR PEYOTE
El híkuri se aparece de pronto, sorprende como si te encontraras con un extraterrestre y tras el primero, suelen asomarse más. Algo así decía mi amigo el Mago, y me hace sentido con el carácter huidizo del venado azul en la cultura wixárika, un espíritu guía hacia lo sagrado que merece una cacería apropiada porque, de otro modo, es mejor dejarlo en paz.



BULLYING
Es raro decirse víctima de bullying cuando se vivió sin tal nombre, y ahora se aplica a mucho de la educación habitual en las décadas de los 70 y 80. Lo sufrí sin la violencia del actual como cualquier otro nerd chaparrito en la escuela, en la calle, entre familiares y luego lo incorporé en patrones de conducta que me hacen sentido, y ya he mencionado, como “Ponerse de pechito” y “No es lo duro, sino lo tupido”.

MI MAESTRO URU
El M. Uru Nematzika recibió su nombre de la nación Wixárika, aunque el rabino le puso Rafael. Para mí, su enseñanza es de elemento aire por simbolizar lo mental, su rumbo en mi camino es de conocimiento, su método es una responsabilidad integral en la vida, y su planta es el híkuri, por el sólido compromiso con esta cultura y la evolución de la consciencia humana.

EL CABALLO
Crear una relación con un caballo fue de mis mejores experiencias en el desierto. Como dije en otro post, me ayudó a reconocer la personalidad en los animales para intentar entenderlos y tratarlos con una intención clara; pero también me reveló, a través de mis cuidados o sus retos cotidianos, un carácter travieso, voluntarioso y jalador, así como otros rasgos del mío.

LIMPIEZA Y CONFORT
Hay una sensación confortable en la limpieza; después del baño, del aseo doméstico, borrar basura del celular, una buena catarsis en terapia. Pero al volverse una obsesión citadina, resulta liberador saber tolerar lo mugroso. El trabajo físico en el desierto me confrontó con ambos conceptos -no fue limpio, ni cómodo-, me hizo revalorar el ganarse un bañito o la hueva, y cuestionó parámetros de mi desaseo como el haber sido siempre un tipo fachoso.



DROGAS EN EL DESIERTO
No me atrevería hoy a calar mi inocencia en el norte del país como hace un cuarto de siglo. “No está el horno pa’ bollos”, se dice. Ya era mejor irse con cuidado por ser chilango y más al exponerse ante la mala copa rural; así que dejé los días de fiesta para pasarlos fumando mota, lo cuál me llevó a conocer nuevas facetas de las drogas y a confrontar mi propio hábito gracias a una revelación pospeyotera: “Todo mi pedo es por pacheco”, me dije.

LOS GANDALLAS
Todo abuso de fuerza o autoridad sobre los demás, para sacar ventaja o apropiarse de algo sin consideraciones, surge de lo contrario al amor. El gandalla es un sirviente del miedo. Lo ejerce hacia fuera, porque adentro teme ser superado por sus iguales; es el bully de la escuela que marcó mi infancia y el poderoso que moldea nuestra cultura con su falta de sentido común, un signo de la mentalidad satánica de nuestros tiempos.



UBICAR EL CAMINO
Adoro los mapas de navegación. Ya no me estresa conducir a una dirección nueva, calcular tiempos o ir preguntando a los peatones, aunque todavía soy distraído para ubicar el rumbo y me confundo con las indicaciones de la gente y las apps… y carajo, cómo se parece a mis procesos emocionales. Déjame dar sentido a esta analogía, contándote algunos de los extraños caminos que me animé a tomar entre los cerros.

CÁRCEL Y ENCIERRO
Soy un hombre de casa. Sí, salgo de viaje en lo posible y me gusta estar con amigos, pero la verdad, de un tiempo a la fecha ando muy encerrado. Siempre disfruté mi soledad y por eso, luego de tanta fiesta en San Cristóbal, me fue fácil irme a vivir al desierto; sin embargo, allá entendí que es diferente asumirse en aislamiento y, sin saberlo, me preparé para enfrentar el caso de quien lo sufre privado de su libertad.

EL HÍKURI APARECE
El peyote reapareció en mi vida hace poco más de una década. Antes, lo comí dos veces en mi temporada en Potrero y creo que volvió para ayudarme a comprender su valor tradicional, a superar un duelo familiar y a iniciar mi trabajo psiconáutico. El espíritu del cacto también se manifiesta en el viaje de algunas personas, o ante otras, revela su magia de aparecer y desvanecerse cuando se le busca en el desierto.

PRETENSIÓN ESPIRITUAL
Hay una confusión básica al querer volverse “alguien espiritual”. No se adquiere en seminarios holísticos, ni tras años de estudios místicos; no ocurre por iluminación, ni es un legado familiar. Yo fui al desierto con las ínfulas de serlo y el anhelo de confirmarlo, pero el entorno me obligó a trabajar mi consciencia para poner los pies en la tierra, recibiéndome con un concierto coral de coyotes que destapó miedos bastante tangibles.



MALTRATO ANIMAL
Siempre fui más de perros que de gatos, pero ahora dejo a Max, visitante habitual del edificio vecino, entrar a veces en mi depa. No siempre me porté bien con las mascotas, desde haberlas adiestrado a periodicazos, hasta por diversos desplantes de neurosis. Si bien, nunca salvajes ni lesivos, suficientes para escandalizar la sensiblería citadina por el maltrato animal y mucho más inocentes al que sufren en el desierto.

DOS REGALOS FEMENINOS
Las cosas más bonitas que nos pasan, están llenas de significados. No siempre se revelan de inmediato, pero se siente que conectan con otras cosas y no son por suerte o a causa de algo. Igual hay sincronía en situaciones intrigantes por sus señales, o en las retadoras como pruebas. Yo recibí dos tiernos regalos en el desierto, para estimular mi trabajo personal, y ambos me hicieron mucho sentido desde sus nombres.

ESPEJO 2: ENFRENTAR LA VIDA

Hacer mis prácticas de Servicio Social en una prisión de la sierra tarahumara, no me dejó una experiencia profesional, tanto como la de haber enfrentado mi sistema de privilegios con la realidad de la vida en las comunidades. Aquí te cuento esa historia de once estudiantes fresitas haciendo trabajo de campo entre rarámuris, rancheros y delincuentes, por cuánto refleja mis procesos en el desierto de Potrero.