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ENCONTRAR VIVIENDA

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Mi mamá me enseñó sobre la relación entre la casa y el cuerpo. Quizá por eso, al llegar a vivir a un nuevo lugar, primero buscaba un departamento sencillo y una buena comida corrida antes que un trabajo. Nunca le di mayor atención al tema y en Huautla todo resultó distinto, pero allá entendí que, además de proyecciones psicológicas o simbólicas, se pueden crear vínculos con algunas moradas y encontrar reflejos de nuestros procesos cotidianos.

Intentaré explicar mi extraña analogía a partir de ciertas experiencias en esta ciudad (ya hice lo mismo para ampliar el sentido de ubicar mi camino en la vida). Me refiero a los problemas de comunicación con mis caseros, mencionados en varios textos, aunque igual viene al caso lo escrito sobre otras viviendas (la comunidad rosa con la banda de SanCris o mi cuartito sin servicios en el desierto), así como mi personificación inconsciente del temor a perder mi hogar y la cabeza.

En otro post confieso que mi sombra es un loco indigente. Mi parte oscura persiguiéndome en sueños y en intrigantes coincidencias de la vida diaria, para confrontarme con el extremo de la desidia en la forma de habitar: abandonarse al desaseo o en menosprecio, asumir vicios o rutinas dementes, acostumbrarse al hedor del cuerpo y cuanto le rodea. Reconozco algo raro en esta repulsión, porque también me atrae el desapego del vagabundo y usar psicoactivos para ir más allá de mi racionalidad.

Ya encarrerado en comparaciones, doy la misma poca atención en arreglar desperfectos en casa como al atenderme síntomas físicos leves (de niño seguía jugueteando con calenturas de 40º). En cuanto a espacio y vestuario prefiero lo cómodo, ordenado y sencillo por encima de algo lujoso, pulcro y recargado; no acumulo objetos para seguir dispuesto a mudarme y hago poca vida comunitaria porque de pronto me pongo asocial.

Con esto en contexto, decía que mi llegada a la sierra mazateca fue distinta a otros lugares. Primero resolví el tema del trabajo al conocer a Aurora, luego tardé casi un mes en encontrar dónde quedarme y empecé a pagar por ir a comer con la familia de Hugo. Una amiga suya me ofreció su casa en el centro sin ningún costo, y aunque varias personas me advirtieron de su carácter errático, la oferta era demasiado buena para preocuparme.

El sitio era ideal; increíble vista, ambiente hipioso e incluso, viajando en hongos percibí que la habitaban entidades -tipo duendes- enamoradas de su dueña y curiosas con mi visita. Como ella vivía fuera del pueblo, advirtió que a veces necesitaría pasar la noche en casa y la tenía muy abandonada; yo le ofrecí hacer arreglos por mi cuenta (jardinería, limpieza, reparar instalaciones, ventanas y artículos del hogar), porque poner en orden las cosas era también mi trabajo interno en esos primeros viajes.

Pasando unos tres meses y ciertas diferencias de opinión, acordamos comenzar con una renta sin definir la cantidad. Días después regresé medio pedo de una fiesta y la encontré dormida en la cama; no llegó su aviso de Whatsapp por la pésima señal en Huautla y ahí de pronto, me puse antipático. En consecuencia, luego fijo la renta en un precio justo, pero ahora tendría que ocupar un cuartito junto a la cocina -en un catre- y pagar por los meses previos descontando mi dinero -no el tiempo- invertido en los arreglos.

Salí a buscar dónde mudarme y como cosa de magia, me ofrecieron una cabañita que llamaba mucho mi atención desde la casa. Sin decir más, por las advertencias sobre la impulsividad de mi casera, me salí a la mañana siguiente. La coincidencia era demasiado buena para preocuparme de no tener agua corriente ni las paredes selladas con el techo de lámina. Así pasé más de una semana, llenando un tambo con manguera mientras arreglábamos la instalación, entre cierta mala vibra del dueño y más de su esposa, y unas tormentas en las cuales no sólo se filtró mucha humedad, sino mis humores exaltados.

Luego de una noche de viaje intenso, el compa me despierta muy casual de madrugada para “‘Ora sí, a hacer la talacha del agua”… y de plano, me puse punk. No hubo pleito, pero en consecuencia a mi desplante no me dijo que saldría varios días, dejándome sin servicios, y una semana más tarde me pidió desalojar. Al segundo día de buscar sin suerte, otra mágica sincronía me consiguió lugar a unos metros bajando el camino, por tomarme una cerveza en la tiendita.

Ese depa, justo arriba de ella, cubrió mi dualidad casa-cuerpo; dos habitaciones recién desocupadas con baño, colchón nuevo y la misma vista increíble entre estas mudanzas a tiro de piedra, literalmente. Hasta podía surtir mi desayuno diario al bajar las escaleras y pagar mi cuenta junto con la renta. A partir de ahí, antes de la mitad de mi estancia en Huautla, mi trabajo comenzó a concretarse en resultados, regalos y aprendizajes.

Quizá podría explicar mejor esta relación de ideas con rollos del feng shui o interpretaciones simbólicas de los espacios (en la cocina se transforma y obtiene energía; la cama es muerte y renacimiento entre el sueño y el sexo). Tampoco es necesario ponerme supersticioso con duendes caseros o un animismo donde las cosas responden a nuestros impulsos. Sólo sugiero dar sentido a lo que un entorno especial nos refleja ya sea si nos parecen señales, somatización o sólo coincidencias intrigantes.

Al volver a la ciudad, mi departamento tenía una enorme humedad en el techo de la sala; lo tomé como un signo de seguir filtrando las emociones de todo este viaje y le di una intención terapéutica al arreglarla de inmediato. Mi mamá me enseñó a relacionar la casa y el cuerpo, para priorizar las formas de habitar mi espacio antes de conducir mis acciones; lo aprendido en el camino, sigue en proceso de asumir un concepto más propio de conciencia corporal y de hacer hogar.

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