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LA LABOR DE SANAR

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Cuando pensé en estudiar un posgrado en sicología descubrí que yo, más bien, necesitaba terapia. Darse cuenta de algo así, es un punto sin regreso. Es típico; el ego se hace pendejo como puede, pero eso cuesta caro cuando involucra la salud. Mi toma de consciencia, a partir de ese momento, dio inicio a un largo camino de sanación.


El detonador fue un cuadro depresivo -también muy típico-, sobre un cargamento emocional inestable que explotó en un cambio de giro laboral: pasé de ser un comunicador creativo a terapeuta sanador. La indefinición siempre formó parte de mi vida; así que este cambio me resultó algo casi anunciado y, sabiendo que mi actividad laboral no define lo que Soy, supuse que terminaría en algo más profundo.


Voy desde el inicio y en general; ya te contaré los chismes del proceso. En 2009 perdí mi empleo en la radio, víctima de mi comunicación imprudente, y una relación de siete años que, de acuerdo con ella, “no me atreví a terminar antes”. Volví a ocuparme como freelance en publicidad, pero mi alejamiento con clientes y el medio me hicieron depender de colaborar en revistas; me mudé de departamento, gracias al crédito Infonavit de mamá, y ahí recibí a un querido amigo durante un periodo de oscuridad en su vida… que se me pegó. Típico, ¿no?


Me robaron el auto y en casa, pero aun así me compré la angustia de acercarme a los cuarenta, frente a un mercado dominado por jóvenes. Ahí pensé en abrirme opciones con estudios de sicología (mi segunda opción de carrera) y me dispuse a visitar institutos, pero al primero, me interesé más en sus sesiones económicas; de todas formas, no tenía dinero ni para talleres en línea y supuse que algo aprendería en mi práctica con la línea gestáltica, que entonces me caía muy gorda.


La primera luz para este largo camino, emanó de mi terapeuta Vanessa. Desde el inicio, me acompañó para comprender la terapia como un trabajo personal por ubicar y asumir responsabilidades, y para asimilar mi diagnóstico y el terror a los antidepresivos como algo aprendido de lo que sufrió mi madre. Típica coincidencia: dos años después, preguntó en sesión “¿Cómo reaccionarías si hoy muriera tu mamá?” y que resulta realidad… pobre, dijo que hasta sintió algo raro al mencionarlo.


Pero sí, salí del hoyo, gracias a los reivindicados chochos y a que pude cambiarlos por triptófano; y ahí estaba, para recibirme y fortalecerme en la reconstrucción, mi bella Claus. Además, comenzaba a revalorar la perspectiva holística de mi educación familiar, retomando mis clases de esoterismo, la práctica de mi Master Reiki y un diplomado en Iridología de años atrás, y me inscribí en otro de masaje sueco con mi querida M. (de Maestra) Almut .


La segunda luz para corregir el rumbo, vino de mi amiga Nitzi. Ya más recuperado ocurrió la muerte de mi madre, y ella me propuso trabajar el duelo a través de ceremonias tradicionales con híkuri y de las sesiones de integración que aplicaba a todo el grupo su maestro Uru. Tengo mucho que contarte, decía antes, sobre este proceso interno para curar mis heridas y de la profunda experiencia humana por la que resolví dedicarme a la labor de sanar.


Hice una certificación en Biomagnetismo, varios cursos de salud alternativa y muchas más prácticas con este grupo de estudios Hermondor, entre las que conocí a Hugo, sanador en rituales con honguitos. Mi reencuentro con esta medicina me ayudó a integrar lo anterior para revelar aspectos muy incómodos de mi carga emocional. Por su causa, puse mi relación con Claudia en el típico y ambiguo stand by; pero al darme cuenta de ellos, me decidí a liberarlos de un chingadazo durante esta temporada en Huautla.


La tercera luz para seguir caminando, la encontré con los Santitos, en mí. Aunque son buenos contra las penumbras de la depre, en mi caso dejaron un indeleble efecto preventivo. En otro post, te comparto cómo organicé mi trabajo de autosanación con ellos, y más adelante el chisme emotivo y los detalles prácticos de este proceso para dinamitar otras cargas de mi ego inestable, con las que sigue haciéndose bien pendejo (“haciéndome”, diría Vanessa).


Estas letras confrontan mis miedos en tres sentidos ¡Típico del blog!: me conflictúa actualizarme en redes sociales, me vulnera exponer mis defectos y me compromete la disciplina de escribirlo. Pero no hay regreso. Sin duda hacerlo sanará algo en mi camino y definirá lo que soy mucho mejor que mi actividad laboral.
 

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