top of page
pexels-eberhard-grossgasteiger-673020_edited.jpg

LA-EL M. EN LOS NDI XITJO

T3 L.Sanar 2.jpg
T3 Esp_edited.jpg

El espíritu en los hongos no es de este mundo. En sí, el reino fungi es medio alienígena ¿no? Como se supone de los antiguos astronautas, sus visiones sí influyeron en la cosmovisión humana desde el paleolítico hasta la sicodelia actual, a pesar de la creencia que te vuelven loco. Son mi Maestro, el propio entre los sutiles, un poder que viene del origen mismo y una ventana a otros planos de consciencia.

Al probarlos en San Cristóbal comprendí eso de que todos estamos conectados, frase que siempre me evoca el susurro de un hippie con ojos lacios. Fue una experiencia noética, la revelación de mi vínculo con el entorno, mis amigos, los insectos y el oxígeno que brotaba del pasto anegado, con todo lo que implicaba la vida y mis proyecciones fatalistas sobre mamá. En esa certidumbre y complementariedad, encontré una paz impensable.

Pero también conocí el horror que algunos encuentran en sus visiones. Poco después, hice mi primera visita a Huautla y a la célebre doña Julieta, que ya anda ahora en más alto viaje. Una chica del grupo vio a la Muerte, literal, y la abuelita ocupó el resto de la noche para calmarla; luego supimos que la joven trabajaba en la morgue, o sea que no se volvió loca, sólo proyectó su inconsciente.

Los conceptos de Carlos Castaneda, explican un poco la dicotomía de este espíritu. Él le llama Humito y un aliado, porque se usa para obtener ayuda, éxtasis y la capacidad de Ver, o percibir el mundo a un nivel energético… como el código de la Matrix. Es el poder más noble, puro y constante, con efectos benéficos como la estabilidad emotiva; no puede verse, pero se distingue como cualidad de los sentidos, y para conocerlo, más que un ritual, se requiere fortaleza de corazón.

Todo es cierto. Y esa fuerza sirve para sobrellevar su profunda limpieza psíquica. Lo comprobé en otro viaje, con el más vívido regreso a la infancia; a la voz y lecciones de mis padres, a mis juegos y mundos imaginarios, de los que volvía exhausto del trance con el temor y deseo por subir de nuevo. El honguito trabaja fuerte y revela miedos ocultos, pero es cuando más sana.

Por eso afirmo que, con las plantas, no existe el mal viaje. Los hay rudos, pero si se aterrizan bien, resultan los más transformadores y se evita detonar una locura latente. Creo que bien vale la pena un susto; ya sea por enfrentar a la Muerte o por revivir el regaño de mi padre. Por eso afirmo también, que todo depende de la intención que se pone al viajar.

Con esto detrás, conocí al curandero Daime que me regañó por no pedir permiso al fumar mariguana. En ese post conté que él sugería hacerlo invocando Sol-Tierra-estrellas y de otra ceremonia con la misma planta guiada por mi M. Mauricio; en ella, me sugirió modificar la trinidad del Daime con la Luna, “porque de las estrellas, son los honguitos”. La pura frase me detonó una comprensión más integral de su esencia y de cómo abre canales tanto a una dimensión cósmica como a la interna.

Finalmente, me sentí ligado a ellos y a su profundo trabajo de sanación, gracias a mi M. Hugo, con quien hice gran amistad al dejarme asistir en muchas de sus ceremonias, como él hizo para María Sabina y varias otras curanderas. En estos trabajos nació la idea de vivir esta temporada en Huautla, donde los así llamados Niños santos o ndi xitjo, me mostraron su naturaleza dual e integradora.

Insisto: sé que el viaje implica, de inicio, una proyección personal; pero en verdad que el mensaje no partió de mí, cuando esta inteligencia se expuso como el absoluto potencial creativo: es el papel y el lápiz, le conté luego a mi M. Aurora, concepto que la abuelita sanadora confirmó añadiendo “Es la luz blanca y la amarilla, la que alivia en la oscuridad”.

Es medicina del alma. Un poder que espanta y extasía. Yo le encuentro un carácter masculino, por su fuego que ilumina y transforma las penumbras, y uno femenino, por su elemento de agua que mueve los humores corporales (babas, mocos, todos…); y resulta que, al drenar la emoción, sana el cuerpo. ¡Por eso la tradición mazateca los dosifica en pares!

Yo llamo a su espíritu mi Maestro Ndi xitjo -pequeños que brotan-, por este origen étnico que le percibo (y al hongo, teonanácatl -carne de dios-) y por su manera tan afín de mostrarme, como una ventana a las estrellas y a mis átomos, la evidencia de los principios naturales y la dimensión de esa espora en mí del polvo original.

T3 Esp_edited.jpg
T3 Esp_edited.jpg
bottom of page