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LA M. EN LA GANJA

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Las plantas enteógenas tienen un espíritu propio. El mismo término -con un dios dentro- las define por esta esencia que muchas tradiciones reconocen; pero yo comencé a entender el concepto, a partir del implacable regaño que me puso un curandero Daime por fumar mariguana sin el respeto que se merece… ¡Y más por llamarle mota!

Siento que la yerba me dio sus indicios. Aunque no es propiamente alucinógena, la primera vez que fumé (casa sola, Pink Floyd, mi carnal de la secu), pude imaginar de manera súper vívida una espiral de líneas punteadas amarillas que me hacían oscilar la cabeza y todo mi interior; y entre esas ocasiones, recuerdo otra curiosa sensación de movimiento serpentino.

En esos tiempos, leí en Las enseñanzas de don Juan que todas las plantas tienen su espíritu y que el de algunas puede ser un maestro -como el híkuri- o un aliado; y por otras fuentes, supe que la espiral y las serpientes son símbolos propios de la ganja, aunque en ese entonces no sentí que su efecto fuera nada tan especial.

Ojalá hubiera tomado esto más en serio cuando empecé a fumar yerba en San Cristóbal, para evitar mis excesos en Potrero; pero fue hasta quince años más tarde, luego de mantener un consumo más moderado, que asumí esa dimensión de respeto gracias al abuelito purépecha que guió mi primera ceremonia con ayahuasca.

Yo fui el único bruto que levantó la mano cuando él preguntó quién fumaba, y casi previendo mi respuesta, añadió “¿Y le rezas a tu medicina?”; ante mi cara de idiota, comenzó el regaño. En su opinión, la planta está enojada porque la gente la usa como droga y sin pedir su permiso; según la doctrina de la Santa María y su culto al Santo Daime, esto se hace invocando una trinidad, que el don sugirió como Sol, Tierra y estrellas, tocando en ese orden el plexo, el corazón y la frente. Este persignarse antes de fumar, ya se lo había visto antes a un artesano rastafari.

Meses después, tuve mi primera ceremonia con la ya nombrada Santa María, bajo la guía de mi M. Mauricio (de Maestro, insisto). En su opinión, es una esencia joven y seductora, de elemento tierra por ser medicinal y quizá el primer cultivo humano; que abre la percepción interna y, por lo mismo, no engancha el bajo nivel adictivo de su sustancia -21 sobre 100-, sino porque uno se enamora del potencial que nos revela.

Quizá su descripción y algún cable cruzado con el rastafari, me sugestionaron para percibirla con forma humana en un viaje con honguitos. La aluciné como una majestuosa joven hindú, de rostro serio, cabello trenzado y penetrante mirada; que se apoderó de mi cuerpo para probar el tacto, que reía por poder platicar conmigo y que al final se metió en mí, perdonando mis excesos, para dejarme entender cómo decido que afecte en mi vida y el trabajo que implica otorgarle un sentido más elevado.

Vaya, no digo ser uno con su espíritu, porque soy muy consciente que el viaje induce estas experiencias noéticas -la certidumbre de una revelación inteligible o del conocimiento intuitivo-; pero, carajo, en verdad que hay una inteligencia ahí. En ocasiones, he visto de nuevo la espiral, como un símbolo Reiki tatuado en mis palmas; y en una simbólica coincidencia, me regalaron un tallado con víboras que volví un tótem para mis altares.

Yo, la verdad, suelo fumar por el mero enganche. Pero procuro darle una intención para resignificar mi consumo; es cuando me persigno antes, para pedir y buscar una comprensión más integral de las cosas, ubicar patrones y creencias que me limitan, conectar mi mente con las emociones o para sensibilizarme al entorno a otro nivel.

Siempre agradecí el regaño del ancianito Daime, porque me hizo integrar mi percepción para reconocer esta sutil consciencia en las plantas y canalizar su efecto hacia un propósito específico. Gracias a él, a mi M. Mauricio y a que no la veo tan santa sino guapetona, yo le llamo Maestra Ganja, de quien sigo buscando su enseñanza a pesar de ser un alumno terco y complaciente.

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