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LAS LIMPIAS

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En mi contexto fresón citadino, “hacerse una limpia” me parecía sólo una curiosidad entre nuestras tradiciones que apenas veía en películas de brujas o como oferta turística en el zócalo. Pero jamás las consideré una superstición; luego comprobé la realidad de su efecto y ahora puedo integrarlas a mis terapias -si viene al caso-, así como afirmar que la limpia, en realidad, se la hace uno mismo.

Una práctica supersticiosa supone la valoración excesiva de algo contrario al razonamiento, y por lo general, ahora se recurre a las limpias como paliativo o cuando no funcionan las pastillas. Además, algunos estudios antropológicos dan contexto a sus elementos comunes en varias culturas de Mesoamérica y que coinciden con otros sistemas de salud tradicional, como usar humos aromáticos o medicinales, procedimientos de purificación y para circular la energía, e incluso el sacramento del bautismo.

Aparte de aliviar malestares, sirven para prevenir y diagnosticar los daños causados por ciertos estados emocionales y las malas vibras de la gente, que resultan indudables, así como supuestas entidades nocivas como brujos o espíritus. La UNAM lo explica mejor en una biblioteca digital de etnomedicina y atribuye a estos rituales un efecto psicológico relajante, quizá hipnótico, tanto al reforzar las creencias religiosas como la autoconfianza en la sanación.

Esta relación con la salud, amplía lo mencionado en otro post sobre el profundo valor de la higiene para los mexicas -en limpias o temazcales- y mi idea de poder ritualizar todo proceso de limpieza con sólo darle un sentido de renovación, tanto a lo físico -arreglarse o barriendo- como al desahogo emocional -en terapia o viajando-. Sin ir más lejos. Yo, muy ajeno a creer en los santos invocados al recibir algunas, seguro pude percibir ese efecto liberador y hasta leves vaguidos como en un estado de trance.

No recuerdo recibirlas entre los rarámuri ni en el bautizo de mi ahijado chamula, así que mis primeras limpias deben haber sido en las ceremonias peyoteras con el mara’akame Juan López, quien hacía unas en verdad poderosas. De por sí, el ritual de velación con híkuri implica varios ciclos de limpieza a los asistentes, donde uno o más guías usan plumas para llevar al fuego las energías del viaje y después pasan las sahumadoras.

Ya por la mañana, don Juan montaba su manta de artesanías y ofrecía su tratamiento, que es mi evidencia de lo sobrenatural en la vida. Recostado boca arriba, lo veo apuntar a los rumbos con sus muvieris -varitas con plumas- antes de usarlos para escanear mi torso; su respiración cambia con resoplidos y murmullos, a veces encaja sus dedos en mi panza, aplica leves presiones o deposita en la tierra algo invisible. Se detiene, eleva la mirada y vuelve a lo suyo hasta detectar “algo”; lo rodea con manos o plumas para concentrarlo y luego, lo chupa con pequeños sorbitos, se levanta llevando los dedos a la boca, lo avienta y se escucha al caer. Yo genuinamente sentía la extracción, seguida por una risita idiota en igual trance. Y vi las piedritas, carajo, pero me dijo que podían salirle papeles, vidrio, carbón o hueso según el origen del mal.

También observé esta facultad del “chupador” en sanadoras mazatecas. Nunca al nivel de materializar la energía, sino que suelen toser y escupir el daño con mucho aspaviento. Mi M. Aurora lo hacía a veces, pero no era su don; sin embargo, me dio consejos para practicarlo, una guía básica al limpiar o diagnosticar con huevo, detalles sobre la lectura de maíz y cartas, y la instrucción de integrar las limpias con mis terapias de Biomagnetismo, lo cual requiere de un planteamiento distinto para no levantar suspicacias.

En esta chamba aplico tres sentidos: el tacto en la práctica o con Reiki, el oído en atención plena y el olfato en cuanto a la intuición del tratamiento… y para no sugerir una limpia de “malas vibras” sino de emociones atoradas. La visión y la palabra, las dejo al consultante. El proceso curativo empieza con sacar la causa del daño, luego alimentar bien el sistema y termina cambiando los hábitos que vuelven a enfermarlo; la limpia y los imanes sirven al inicio, pero en todo, lo psicológico resulta tan importante como lo médico.

En mi labor de sanar pasé por estos pasos drenando mi mente en terapia, después nutriéndola con aprendizaje clínico y sigo intentando dejar de hacerme pendejo con mis hábitos. La limpia se la hace uno mismo en amplio sentido. Para sacarse del cuerpo un mal invisible lo que importa es la voluntad para sudarlo en el gimnasio, matarlo con antibióticos, gritarlo en catarsis o encapsularlo en un huevo a través de un curandero o de tu abuelita.

Veo mucha lógica en los resultados físicos y emocionales experimentados en las limpias, las propias y las ajenas, empezando por la influencia del efecto placebo. La ciencia alcanza para ver microbios, mas no aún los chakras bloqueados por la palabra envidiosa. Sin importarme su aval, reconozco que existen propiedades energéticas en las plantas, cuarzos, humos, rezos y demás recursos, nomás porque se han usado con fines idénticos a través del tiempo y las culturas.

Así mismo, conozco la posibilidad de lograr conexiones sutiles con esas propiedades y hasta con otras inteligencias. En algunos viajes con honguitos recibí instrucciones para mis limpias y percibí en las plumas de mis muvieris ciertas facultades de corte, puenteo y absorción -se impregnan-, también confirmadas por don Juan. No digo que una limpia cure enfermedades, sino que podemos darles un sentido más amplio, como una forma de sacudirnos cualquier tipo de daño no diagnosticado u oculto a nuestro entendimiento.

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