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LOS BRUJOS

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“¿Te vas a hacer chamán?”, me preguntaron algunas veces antes de irme a vivir a Huautla. La verdad, el término me incomoda porque se usa de forma tan genérica como en México al llamarle bruja(o) a cualquiera que haga “cosas raras”. Mi idea era aprender de los curanderos tradicionales y echarme un clavado al inconsciente, pero al unirlo encontré una explicación racional y sensible para definir mejor ese tipo de cosas… y a mí mismo como un sanador.

En este post quiero ampliar la definición de esos conceptos y de lo aprendido con mi Maestro del lado oscuro (el brujo LuzFer), ya mencionados antes al respecto de mi contacto con lo sobrenatural. Creo en la posibilidad de lo mágico, aunque nunca he visto fenómenos paranormales; porque sé que toda manipulación de energías influye en la realidad física, aunque no todas sus formas puedan medirse para comprobarlo.

Básicamente, el brujo nace y el mago se hace. El primero recibe sus dones por herencia, en sueños o de ciertas entidades, mientras el segundo desarrolla su poder a través del conocimiento. Esa manera de percibir un nivel más sutil de la realidad (según Carlos Castaneda, Una realidad aparte), les permite aplicar su voluntad en situaciones clave de la vida para interferir su curso y causar el efecto deseado. El brujo no cambia ni domina esas fuerzas misteriosas, sino se adapta para usarlas bajo su propio riesgo; por el contrario, el “hombre de conocimiento” comprende el flujo de las energías y lo insignificante de querer manipularlas.

El hechicero logra influir en el entorno utilizando objetos, conjuros, fórmulas ritualizadas, elementos naturales y técnicas tomadas de los dos anteriores. En cualquier caso, los hay blancos y negros de acuerdo con la intención del trabajito o de las energías usadas (ejemplo, flores vs. sangre); sin embargo, gracias a la inquisición, la idea popular es que todos son malos y significan lo mismo. En la medicina tradicional mexicana, brujería y hechicería se engloban como las prácticas mágicas dirigidas a producir un daño, pero quien sabe causarlo, puede curarlo o revertirlo.

Su principal motivación es la envidia, generalmente por temas económicos o sentimentales. Un factor común evidente en condiciones de pobreza, que divide a las comunidades y lleva a todo tipo de conflictos. En tal sentido, los brujos pueden invocar desde accidentes laborales hasta una enfermedad venérea; dolores, cansancio, pesadillas o meter bichos al cuerpo. Unos pasan por iniciaciones, otros pactan con seres etéreos (ancestros, santos, demonios, elementales…) y antes se sabía de varios tipos como el vampiro, el nahual o el de lumbre (bolas de fuego en los montes).

El término curandero, hombre-medicina, se deslinda de hacer el mal y puede ofrecer medios de protección, pero no se salva del prejuicio social ni de enfrentar la envidia de sus colegas. En cambio, shamán se refiere al hombre-sabio de ciertas tribus siberianas, así como es el mara’akame para la etnia wixárika -huicholes-, personas con dones dirigidos al servicio de su comunidad en asuntos de salud (curandero), contacto con lo espiritual (hombre-santo) y organización social (líder político). O sea, no es sólo un hippie con turbante que limpia el aura tocando cuencos tibetanos.

Mi compa el LuzFer resulta una síntesis fascinante, de quien ya con su permiso doy correcta referencia como Fernando Medrano, Pantera Negra del Inframundo, guardián de la Cueva del Diablo en la Laguna Encantada en Calería, San Andrés Tuxtla. Tiene sus dones por línea materna, aprendió con rudeza de un brujo poderoso y canaliza en trance a la entidad nocturna del Hermanito Lucifer -portador de luz-; es un católico devoto al “verdadero Jefe”, a su gentil vocación de servicio, y ya que casi nunca le piden causar daños, se dedica a sanarlos utilizando a las fuerzas oscuras y por eso se autodefine como curandero. O sea, que no por ser negro se es alguien malo.

Los mazatecos le dicen chinej -sabio- a sus curanderos, y por supuesto, tampoco me considero uno tan sólo porque no pertenezco a la tradición. No importa que mi M. Aurora me avaló como tal y que en mis viajes recibiera la visita de su red de ancestros en el oficio; o que otras figuras me enseñaran a limpiar las malas vibras usando herramientas (plumas, velas, instrumentos…) y recursos propios (oraciones, cantos, ejercicios…); o que tuviera visiones de una vida pasada ligado a la magia y de estar recibiendo unos de esos llamados dones (tema para otro post).

Abrir la percepción a esta realidad tiene su chiste, pero entrarle a su conocimiento es algo serio. Se debe ir mucho más allá de creer que es posible, comprobar el aprendizaje en tu persona y trascender la intención de poder hacia el servicio en caso de elegir el lado blanco. Para quien asuma el compromiso, hay escuelas de Alta magia y otros caminos tradicionales en los círculos neo-paganos como los Wicca, fraternidades místicas como algunas entre los Rosacruces o la Orden Hermética de la Aurora Dorada, y grupos más oscuritos en la línea de la Ley de Thelema del infame Aleister Crowley.

Para no meterme en pedos de apropiación cultural o generación de karmas, me gusta definirme bajo el término de terapeuta por mis estudios de salud alternativa, y un sanador en cuanto al manejo de algunas de esas “cosas raras”. De cualquier manera, en este bastardeo del NewAge al conocimiento místico profundo, hay quien se siente cómodo llamándose sanador cuántico, psíquico o hasta milagroso, pero ni así me parece tan pretencioso como un hippie queriéndose creer chamán.

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