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LOS GANDALLAS

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Todo abuso de fuerza o autoridad sobre los demás, para sacar ventaja o apropiarse de algo sin consideraciones, surge de lo contrario al amor. El gandalla es un sirviente del miedo. Lo ejerce hacia fuera, porque adentro teme ser superado por sus iguales; es el bully de la escuela que marcó mi infancia y el poderoso que moldea nuestra cultura con su falta de sentido común, un signo de la mentalidad satánica de nuestros tiempos.

Como dije en un par de posts, agradezco no haber necesitado vivir la maldad o violencia extrema para aprender a distinguirlas. Sin embargo, en ellos intento explicar la importancia de integrar lo oscuro a mi perspectiva para compensar lo inocente de mi entorno fresón, y de confrontarme con esas crudas realidades por una mayor toma de consciencia, como al hacer mi servicio social en una prisión de la sierra tarahumara.

Menciono el primer texto, porque al conocer los ambientes de agandalle vividos por otras personas en los barrios chilangos, el crimen fronterizo o el terrorismo europeo, mi ingenuidad reaccionó con sometimiento a la carrilla y vergüenza al asumirme en un sistema de privilegios. Y el segundo post viene al caso por el tema del sentido común y para contarte otros detalles que me revelaron el lado humano en los criminales y al sistema judicial como la máxima expresión de injusticia en este país.

La mayoría en el sobrepoblado CERESO de Guachochi era de origen rarámuri y llevaba meses o años esperando un juicio por sus cargos de asesinato, robo o violación… los traficantes apenas tenían el cuarto lugar. Caso típico: dos ebrios resuelven una diferencia a machetazos, la autoridad tradicional obliga al sobreviviente a proveer para la viuda, pero el crimen se sigue “de oficio” y debe ser encarcelado, dejando a dos familias en un desamparo mortal. Cuando la condena empeora el daño, es un acto contrario a la justicia.

Adentro conocí a los músicos Félix y Calixto, que nos ayudaron con un proyecto de video. Nos dejaron sacarlos del penal acompañados por un solo guardia, caminamos hasta la estación de radio para grabar una canción y de regreso les invitamos unos tacos con sus chelas. Tiempo después visité a Calixto en su comunidad, declarado inocente por falta de pruebas, y nos embriagamos con tesgüino intentando recordar la letra del corrido y olvidar esos dos años preso porque un gandalla lo inculpó de su delito.

Por su parte, en Real de Catorce abundan las leyendas delincuenciales. Se dice que toma este nombre al haber sido escondite de una banda de 14 asaltantes de diligencias; y según me dijeron, a principios de la década de los noventa fue un “pueblo sin ley”, cuando la gente expulsó de la cabecera municipal a la presidenta electa nomás por ser mujer, obligándola a mover la sede de gobierno con sus policías a Estación Catorce hasta que intervino el ejército.

En otros chismes, el pueblo tenía como caciques modernos a una familia de Suiza emparentada con una adinerada familia de Matehuala. Al parecer, se pasaron años saqueando las haciendas abandonas de la zona, desde sus antigüedades hasta las viejas ventanas de hierro forjado, o buscando monedas enterradas. Había tantos suizos allá que abrieron una escuelita certificada ante la SEP, aunque pagaban por evitar los exámenes oficiales y las clases se daban en alemán para alejar a locales e italianos.

Mi único infortunio en Real fue que falsos compradores u otros artesanos me robaran algunas piezas, pero igual se percibe el carácter rudo de la gente en el desierto y a su actitud gandalla como un motor en cualquier sociedad. Es una respuesta tan humana ante la precariedad que se normalizó en el extractivismo de nuestra economía, la invasión de territorios bajo designio divino, la apropiación de las culturas autóctonas por el New Age. Es el conservadurismo que valora más al “malo por conocido”, o el cinismo del “quien no tranza, no avanza” para justificarse en los daños que también cometen los demás.

El bien y el mal existen en la naturaleza, no son sólo una percepción mental y el sentido común nos hace distinguir sus efectos. Una acción es correcta cuando se sustenta en la verdad y es moral cuando está en armonía con la línea positiva de las leyes universales, que es el amor expresado a través de conocimiento, autodominio, libertad y orden. El acto contrario (incorrecto e inmoral) viene de la mentira y afecta negativamente a otras personas, generando miedo en línea hacia la ignorancia, la confusión, el control y el caos. Estos caminos de comportamiento no se cruzan; el miedo nunca lleva al orden, ni el verdadero amor sirve para controlar.

Lo que hiere a la gente, sin importar la causa, trae la ruta negativa; pero el gandalla no lo ve. La diferencia entre bien y mal depende de su conveniencia (Relativismo moral) porque lo más importante es cuidar de sí mismo (Autopreservación) o de su clan, y con algo más de poder, somete a otros bajo su torcida perspectiva de los nuevos valores (Darwinismo social). Según mi conspiranóico favorito, Mark Passio, estos son unos de los pilares del satanismo y coinciden por completo con nuestro pinche sistema económico y social.

Fue sacerdote en la Iglesia de Satán -adversario, antagonista, quien va en contra-, fundada por Anton LaVeyv, así que domina el tema y lo explica con singular enjundia documentada en sus seminarios. Propone que todos los tipos de daño posible entre humanos (asesinato, asalto, violación, intrusión, coerción) pueden ser considerados una forma de robo, ya que los derechos son propiedad de la persona. El homicida hurta una vida, mientras el gandalla le quita seguridad, oportunidades, libertad o la verdad misma a los demás.

Terminamos aceptando el individualismo ante la sobrepoblación, la competencia por el progreso, la explotación de recursos o volver una moda las tradiciones autóctonas; pero con tantito sentido común, es fácil notarles algo contrario a lo natural. Es gandalla y potencia los daños. Como el niño bully que marcó mi forma de enfrentar las burlas a partir del miedo. Como el sistema judicial que pervierte cada uno de sus principios y a sus integrantes. Como el mismo diablo al hacernos creer que no existe para confundirse con ser “lo bueno”.

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