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MI PRIMER VIAJE

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Mi primera experiencia psicotrópica fue con honguitos. Otros estados alterados de conciencia que pude relacionar fueron el aturdimiento de la anestesia o el control del entorno en sueños lúcidos, pero en esa, entendí por qué se le llama viajar. No es el efecto alucinatorio, sino ese que integró mi percepción, mente y emociones para revelarme tres certezas esenciales sobre la vida, la muerte y la conexión con el todo.

En algún post retraté esta vivencia como llegar a un estado de paz impensable, y en otras ocasiones pude percibir el viaje con una sensación de velocidad extra corporal (poco después, en Huautla) y en escenarios nítidos proyectados por mi inconsciente. Sí, hubo varias (al volver a SanCris, los “Chombillos” tenían mi refri lleno de hongos), pero de esa primera vez guardo un recuerdo transformador, además de un montón de fotos.

Fermín -hoy un prodigio en la cítara- lo planeó con Mayramorfosis y Laia para convencer al Mago y su novia Mayte, de llevarlos al lugar donde Bob Dylan comió los Santitos en los años setenta… y al Gonzo, quien se pegó al enterarse de semejante leyenda. Era un rancho de camino a Chamula (según, de su ingeniero de sonido), con cabañas a la entrada y huertos orgánicos de ese estilo rústico prefabricado que cuesta una lana mantener.

Entre los jardines encontramos grandes espirales de piedras y de pronto, en una depresión del terreno, se hundía en declive un estrecho túnel de unos metros de largo, recubierto para crear un efecto acústico increíble. Más adelante había una especie de ermita de cemento colado en forma de hongo, con elementos de inconfundible hipismo en relieves y dibujos en su interior; al fondo, un amplio campo, rodeado de bosque y cerros, con unas cuantas vacas.

El Mago nos enseñó a distinguir las setas tóxicas de los “pajaritos” -Psilocybe mexicana- mientras pasaban del pasto a la boca, y nos mostró los “San Isidro” -Psilocybe cubensis- creciendo junto al estiércol… que pasaron antes por un charquito de lluvia. Sacó su guitarra y se puso a tocar con Fermín, mientras los demás divagábamos entre los árboles y nuestras mentes.

La mía opuso resistencia. A veces, lo sigue haciendo. Sólo me indicaron relajarme y sentir, en evidente contradicción con mi impaciencia. Tras un largo rato noté una especie de lucidez -o lentitud, en lo demás- y una distorsión ondulante en las formas; me ubiqué viajando, solté una carcajada y eso lo impulsó más. La secuencia y detalles, hoy son como ensueños, pero la certidumbre en esas tres revelaciones quedó impregnada en imagen con historia.

Estoy en un montículo sobre el pasto anegado por el escurrimiento de las montañas. Concentrado en los destellos de colores y reflejos de agua, algo físico hace vibrar la escena por momentos. Cambio el enfoque y veo burbujitas formarse en la hierba, soltarse y romper la superficie del charco. Entiendo que todo respira y bajo tal sentido, la distorsión ondulante incrementa y toma cadencia individual en el campo, en las montañas, en quienes estamos.

“Todos estamos conectados”. El cliché aparece por sí solo y lo entiendo, pero yo -quizá- imagino al mismísimo Dylan a mi lado. Al reír, el viaje vuelve a estallar. Mi memoria es de puro respeto y asombro. Cómo puede una frase común implicar manifestaciones tan complejas del potencial humano, de la Ley natural, de nuestra facultad de aprender y compartir.

Ubico un miedo profundo a la muerte de mi madre. Lo revivo al evocar sus coqueteos filosóficos sobre la transmutación, la liberación del alma, danzar con Caronte. Me permito temblar, creyéndolo por frío, al asumirlo como algo inminente y tolerable a pesar de mis peores pronósticos (por cierto, incumplidos). Vuelvo al cobijo de mis amigos agradecido y en llanto, exprimido y ligero, todavía triste y sin pedos por ello.

Creo que Laia -desde siempre con facultades sinestésicas- vio los colores de nuestra personalidad y se apoderó un rato de la cámara de Mayra. Y meses después, cuando fui a despedirme del Mago en su cabina, uno de sus cuadros cayó de la pared al entrar; cuando supo que dejaría San Cristóbal, me indicó llevarme esa pintura del mismo campo donde viajamos juntos.

Mayra lo recuerda sereno y bonito, de encuentro con la tierra y su familia elegida… y también sintió a los árboles respirar. Ahora conoce a la familia del rancho Elar (sí, de un ingeniero en audio y una fundadora de los viveros en Zinacantán), la verdad sobre el mito urbano de Bob Dylan y que la ermita de hongo fue aplastada por un árbol que “hiperventiló” en una tormenta.

Es difícil describir qué es un viaje, aunque el término define perfecto la certeza de haber pasado a una perspectiva más elevada, cuando nuestro espacio físico está mejor conectado entre sí y con lo externo. La visión del teonanácatl no es en realidad alucinógena, en tanto distorsiona o reinterpreta lo observado sin generar una percepción sin objeto, pero ¡ah!, qué lejos puede llevar la mente, cuán profundo en la emoción y entre cuántas dimensiones

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