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MIS MAESTROS AURORA Y HUGO

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Si cuando el alumno está listo el Maestro (M.) aparece, debo haber sido algo terco para necesitar la guía de cuatro: Mauricio, Uru, Aurora y Hugo. Durante una década me han enseñado a explorar mis instintos elementales, dar rumbo al conocimiento y disfrutar el aprendizaje de la vida… y el uso de plantas enteógenas es sólo uno de sus métodos.

Siento a Aurora y a Hugo como mi abuelita y un gran amigo, pero les llamo M. por ofrecerme conocimiento y aval entre los sanadores mazatecos -chjotá chinej, gente sabia-. Para mí, sus enseñanzas son de tierra y agua, dieron rumbo a mi camino en tradición y fluidez, sus métodos aplican en esfuerzo y emotividad, aunque si hablo de ambos a la par, es por cuánto complementan la misma dualidad de su medicina, los hongos ndi xitjo -pequeños que brotan-.

Aurora encarnó la resistencia física y la sabiduría matriarcal de su cultura hasta los 103 años; obstinada por merecimiento, enternecedora en el habla, tan risueña como quejosa y muy de tierra al nutrir la magia que buscaba en mis raíces. Hugo me evoca el alivio de una canción de cuna y la rebeldía rocanrolera; afectuoso en esencia, inquieto por involucrado y tan de agua que le brota una lágrima a la mínima provocación de sus recuerdos.

Ella se inició siendo esposa de un poderoso curandero, pero sus dones ganaron fama propia en la región. Indagaba el origen del daño con lecturas de cartas, maíz o huevo para indicar tratamientos con hierbas, dietas, limpias u honguitos en casos más graves. Hugo conoció de joven a María Sabina y otras chinej de Huautla, al llevarles turistas y ayudar en las curaciones. Es enfermero y partero de profesión, miembro del concejo de ancianos en la sierra, alquimista sensible entre sus técnicas terapéuticas y las artes del sanador tradicional.

En otro post narré mi encuentro con Aurora cuando era reconocida como Macedonia, pero no dije cuánto le chocaba ese nombre y que tardé nueve meses en descubrirlo, cuando pregunté a quién nombraba seguido en sus rezos y resultó estar pidiendo por sí misma. También conté que ella avaló a Hugo para hacer sus propias ceremonias, que yo lo conocí a él en unas sesiones con el grupo del M. Uru y hubo muchas posteriores donde pude asistirlo para empezar a conectar mi consciencia con el espíritu en los ndi xitjo.

A mí, la abuelita me hizo seguir el rezo durante cinco viajes de iniciación, aunque yo sólo balbuceara el mazateco y tarareara los cantos. Como me dejó grabar todo, asumió que podría memorizarlo para llevar mis ceremonias bajo sus mismas palabras. Me esforcé en respetar el método y en traducirlas, pero aplico lo aprendido bajo el rumbo fluido de mi carnalito. Él integra los instrumentos rituales de curanderas y brujos, con cantos populares y remedios autóctonos, o de pronto percibe un mensaje o salpica un chiste, para abrir el entendimiento al viaje en toda su capacidad de transformación emocional.

Tengo testimonio de los poderes curativos de Aurora, más allá de su prestigio obtenido como Macedonia. En una de mis visitas semanales apareció en la pequeña cabaña una cama matrimonial, cobijas, ollas, sartenes nuevos y un excusado listo para instalar… si hubiera instalación en vez de una letrina. Eran obsequio de un antiguo paciente, un gringo con un cáncer terminal que desapareció, gracias a su propia convicción de buscarlo en la sierra mexicana, a través de una curandera mística y su medicina ancestral.

Soy testigo de increíbles sanaciones conducidas por Hugo, desde algo mucho más allá de sus facultades. Como en una familia con la abuela postrada en amargura y esclerosis múltiple, el marido, su hijo con la esposa y un nieto adolescente. La catarsis fue brutal, por compartir el mismo ciclo de dolor; de pronto hasta la casa manifiesta presencias que el joven detecta, los padres contienen su ataque de histeria, mientras el viejo siente culebras salir de su boca y Hugo y yo, vemos a la Muerte junto a la señora. Al otro día nos pide más “de’sa medecina”, ruega a su nuera le perdone los maltratos y estruja las manos de mi amigo hasta casi sentarse. Murió en calma una semana después.

Tener cargo en la tradición para usar sus enteógenos, implica esfuerzos muy físicos en ofrendas y procesos rituales que, a su vez, limpian las emociones atoradas para dejar fluir su energía. Esa dualidad complementaria de tierra y agua, es la que encuentro tan familiar en el conocimiento de mis M. chinej y de los honguitos. Como raíces o ríos, se integra de diversos cauces, se profundiza al practicarlo con esmero y se vuelve fértil al dejarme llevar a otras personas mi labor de sanar.

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