top of page
pexels-eberhard-grossgasteiger-673020_edited.jpg

NO HAY MAL VIAJE

T3 L.Sanar 2.jpg
T3 Mal.Viaje.jpg
T3 Mal.Viaje.jpg
T3 Mal.Viaje.jpg
T3 Mal.Viaje.jpg

El título propone polémica en quien consume y cierto alivio a la curiosidad del fresa. Sin embargo, el temor común a que una droga te haga sentir mal, ver cosas feas o cometer idioteces, es justificado. He vivido y sido testigo de viajes desde incómodos hasta terribles, que me ayudaron a entender ese miedo cuando se enfoca en los riesgos, al acto estúpido como algo reprimido y a las visiones tremendas en función de lo que enseñan. En todo caso, lo malo es la sensación, no el efecto.

Esta idea de que no existe el mal viaje, surge de interpretar los honguitos como un Maestro capaz de revelar miedos ocultos para poder sanarlos, y si esa es la intención al comerlos, bien vale la pena un susto. No descalifica las experiencias ajenas, porque la mía ha sido algo fresona en cuanto a mi consumo de drogas químicas; sólo sugiere reinterpretar lo “feo” y resiliencia ante lo “rudo”, como recursos para quien se anime a navegar en su mente sin importar a dónde le lleve la sustancia.

Además, el término aplica en cualquier estado alterado de consciencia. Ubico a nivel básico la “mala copa”, cruzar efectos y una amplia gama de síntomas físicos como mareos, dolores, vómito, tensión muscular o la típica boca seca del pacheco (en inglés, cotton mouth, igual aplica re bien). Quien sea conoce ejemplos en carne propia o ajena, y ya mencioné en otro post que el bajón al mezclar mota y alcohol me pone amarillo y bruto cual Homero Simpson.

En el siguiente nivel se perturba el estado emocional y la interpretación de las cosas; lo sensible se percibe como vulnerable, las pasiones se desbordan o controlan la mente que se preocupa por cuánto más durará el efecto o se desespera con la insaciable “seca” bucal. Mi adolescencia fresona, fue porque al fumar mariguana entraba en un canal paranoico y de ideas obsesivas, como sentirme observado por estar hasta la madre o cuando me convencí de que unos amigos en casa intentaban distraerme para robarse algo.

Y luego está el mal viaje tal cual, en sus variadas formas alucinatorias, la percepción sobreexcitada del entorno o, de plano, al ponerse bien loco. A veces sólo hay desagrado, una angustia sin razón aparente; de pronto las pasiones ya no se distinguen o incluso nublan la mente proyectando sus miedos. Por ejemplo, la persona con quien más me interesaba compartir y dar a entender como psiconauta, se maltripeó (del inglés, trip) al verme convertido en hongo por una sombra maligna y me tuvo terror durante toda la noche.

El primero en hablarme de esto fue mi carnal Chon en San Cristóbal, sobre esos legendarios ácidos -LSD- de los años 70 mostrándole un escorpión gigante saliendo de la pared. Me pareció una posibilidad espantosa, pero a él le dio mucha risa darse cuenta de cuán volado estaba: “Es sólo tu viaje, amigo; debes recordarlo”. Saber que no se pierde la consciencia me tranquilizó para animarme a probar los hongos y me señaló el prejuicio de compararlos con la borrachera, efecto que desconecta con más frecuencia y lleva a cometer mayores idioteces.

En cambio, para intentar explicar los viajes, sí los comparo con el sueño lúcido. No siempre se está en control de lo que pasa, pero te vuelve un observador activo de las proyecciones mentales en imágenes, emociones contenidas o en nuevos sentidos de las cosas… y mucho se olvida igual de fácil al aterrizar. En ambos casos, esto significa que el ego devuelve al inconsciente parte de cuanto se reveló; sin embargo, si se recuerda y analiza puede estar lleno de significado.

Para algunos, su mal viaje quedó en una pesadilla demasiado real para razonarla o salirse a voluntad. La sombra puede ser intensa, aunque no se tenga un pasado traumático o una existencia reprimida; y si emerge, depende de cada quien ceder a la histeria o asumirla como propia, aun cuando duela, avergüence o saque una carcajada. Para mí, la oscuridad se mostró varias veces en imágenes de entidades externas, tanto como en la mía frente al espejo, en un ejercicio que puso estas líneas en mi bitácora:

“Mi sombra es bien poderosa. Yo también soy el NO, un lelo atrapado en su mente; soy el dolor, el odio, el animal, el asco, la repulsión, la ira, lo feo, el culero, la decrepitud… soy todo lo que no quiero.”

Y sin duda, un peor escenario sería “quedarse en el viaje”. No ocurre fácilmente ni dura para siempre, más bien involucra un factor de cantidad, estado psíquico y/o de cruzar sustancias. Sólo supe de un chamán urbano a quien internaron por volverse muy violento, luego de pasar dos semanas en rituales con diferentes plantas; y una amiga en una ceremonia con Santitos que al día siguiente se quedó toda distraída y ausente, pero se le hizo una segunda sesión para “regresar el alma” y ella misma sintió volver a la normalidad.

En particular, soy resistente al efecto de las plantas y eso no es ninguna cualidad. Necesito dosis fuertes para elevarme, supongo que por tener un metabolismo tan acelerado como mi cabezota a la hora de soltar el control. Eso también me indica que se puede influir en cuándo y cómo percibir el efecto, y si resulta indeseable, se vale interpretar que el inconsciente está purgando un conflicto atorado.

Un viaje no es malo en sí mismo sino por cómo se siente, y eso siempre está bajo nuestro control. Los más rudos en emotividad y visiones, fueron donde más me permití reír y llorar mis demonios y mis penas… sin cometer idioteces. “Al miedo no se le vence, sino se convence”. Con esto sugiero que, si algún efecto no resulta fácil ni bonito, conviene observarlo sin temor a lo que se revela desde adentro para sanar esa sombra con humor o compasión, en vez de caer en pánico o sólo desahogarla poniéndose bien loco.

bottom of page