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RADIO Y REPORTAJES

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Mi trabajo profesional, físico y personal me enseñó mucho de cada lugar en las Temporadas de este blog. En particular, ser reportero me hizo conocer San Cristóbal más a fondo y darme a conocer en aquella ciudad que dejaba de ser pueblo a fines de siglo. A riesgo de hacer un post presuntuoso, comparto algunas de esas chambas cuyos temas me revelaron su magia y entre los cuales se me pidió, específicamente, nunca hablar de drogas.

¡Y yo que las descubrí por allá! Pero mejor así. Entonces como ahora el control de este tráfico mueve importantes hilos en la economía regional, y yo en mi primer trabajo en medios de comunicación no podía calarme en esos entornos. Me contrataron en la radio XEWM (hoy en FM, es la XHWM) para hacer “cápsulas de color” en su noticiario de la tarde; una sección fresca que jalara audiencia al de “Radio Uno” -XERA-, porque todo el mundo aún escuchaba estos espacios con provincial fidelidad.

Los periodistas Alejandro Díaz y Hugo Robles me dieron una guía paciente y los temas cotidianos más sensibles entre los coletos, para reflejar cierta nostalgia tradicional luego de tres años de cambios por la fiebre zapatista. Ya mencioné algunos reportajes en otros posts, pero para escribir éste, revisé mis notas y casetes de hace media vida; la verdad, no están tan mal, aunque suenan como tarea universitaria que tampoco podría presumir.

Eran entrevistas, testimonios y reflexiones de unos cinco minutos sobre la ciudad y sus costumbres. Desde la inauguración de su efímero aeropuerto, nuevas normas de publicidad exterior o el aumento de diversos servicios sexuales, hasta los festejos en los días de servidores públicos, fiestas patronales, promoción turística y de un montón de actividades culturales de muy buen nivel.

Empecé con una serie sobre los oficios típicos de cada barrio, en su moderna lucha para mantenerse con vida en SanCris. Un peluquero me contó que en 1930 podía cobrar a 10 centavos el corte, pero desde los hippies todo se fue al carajo; los coheteros sufrían con los permisos militares, los herreros no podían competir con la balconería, los zapateros ya sólo remendaban los de marca y el futuro se veía peor para los alfareros, jugueteros de madera y curtidores de piel.

Poco después saqué otra serie sobre los locos del pueblo, cuando se me hizo evidente la gran cantidad de casos entre personas en abandono, indígenas de comunidades vecinas y extranjeros alucinados. Y recuerdo en especial la poética entrevista con don José Eugenio Pérez “licenciado Cero”, aprovechando un periodo cuando su mente exploraba imágenes literarias en vez de extraviarse en turbulentos paisajes políticos.

Desde que elegí ese tema comenzaron mis desplantes de autonomía editorial. Como en unos reportajes sobre el consumo de inhalantes industriales y los chemos que asustaban a las feligreses de la iglesia de Guadalupe. Para calmar a los jefes sobre el proscrito asunto de las drogas, me enfoqué en la opinión de las autoridades y proponer acciones ante la emergencia sanitaria; y para concientizar a las señoras, me puse bien emotivo al meter en contexto las condiciones que llevan a los chavos a esta dependencia.

Si algo puedo presumir, es haber intentado dar a mi trabajo un giro de acción social; como en una cápsula invitando a músicos, escuelas, orquestas o institutos públicos para apadrinar a Cristóbal, un prodigio musical invidente de diez años que reunía multitudes escuchándolo en el zócalo, mientras sus hermanos recogían las monedas. Según me dijeron, sí hubo quien le echó una manita en sus estudios y tratamiento ocular.

Quisiera presumir mi entrevista a Samuel Ruiz “Tatic”, pero no encontré la grabación. Harto de la prensa, le hizo el favor al dueño de la radio bajo advertencia de no tratar nada político ni del zapatismo… o de drogas, claro. Recuerdo que su rostro serio y sus respuestas parcas se fueron suavizando al explicarme las nuevas dinámicas de SanCris en sus relaciones familiares, en la evolución turística hacia la transculturación, en cómo percibían el racismo y el movimiento por la dignidad indígena que, según dijo y hoy se vislumbra, “ayudará a transformar el sistema mundial”.

Tengo otros testimonios más crudos de ese conservadurismo coleto, asumido como bondad paternalista desde el privilegio cultural y una imagen pervertida de superioridad. Y también de quienes se descubrían en estas nuevas realidades, ya sea por la pérdida irremediable de sus tradiciones o índices morales, por la sensibilidad de ver en sus calles un niño genio o drogado, o por asumir que quizá también tienen algo de esa locura que tanto atrae su ciudad.

A mí, de plano, me encantó. Descubrí la magia de atracción de San Cristóbal en las voces de quienes me abrieron su senti-pensamiento, en las que guiaron mis primeros trabajos profesionales, en aquellas manifestándose en las calles y cantando en sus bares, en las que hablan con demonios internos o con las entidades ocultas que mueven sus hilos. No presumo conocerla a fondo, sólo me permito ahora escribir sobre cómo aprendí de sus ciclos, así como de las drogas.

Escucha al
Lic. Cero

Escucha a
Cristóbal

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