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RECIBIR REGALOS

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Entre esas cosas simples que no deberían costarnos trabajo como decir “te amo”, dar un abrazo, pedir ayuda o disculpas, yo tuve que aprender a recibir. Me di cuenta tiempo atrás y sigo atento a mis reacciones mecánicas, pero me hice más consciente del tema en Huautla y en mis viajes con honguitos, de donde obtuve regalos de tres tipos: Físicos, simbólicos y funcionales (mis dones de sanador).

Todo empezó con el protocolo familiar de declinar ofrecimientos, para no incomodar o parecer encajoso. Yo mal aprendí a llevarlo más allá de lo normal, como a no celebrar mis cumpleaños o cuando sí quería algo y no se me insistió en aceptarlo. Luego, al salir a rolar en los pueblos, noté que en vez de evitar molestias estaba causando desaires, con lo cual comencé a distinguir entre el placer y el compromiso en el acto de dar.

En lo cotidiano, la gente en Huautla me dio varios detallitos, mucha comida y Santitos extra de mis proveedores; pero en especial, hubo un día en que algo debo haber hecho bien para llenarme de obsequios. Fue en un festival de María Sabina, cotorreando entre los artesanos en el palacio Municipal con dos señores re simpáticos de un pueblo cercano; a uno le compré un honguito de madera y él añadió una hoja decorada, su amigo igual quiso darme algo y eligió una mascarita de anciano, y luego el vecino se apuntó al ocasional festejo con una semilla engarzada.

También compré unas piedras talladas con hojas de mota y una manita con hongos, y por la tarde, vi que mis objetos coincidían con los elementos -agua, aire, fuego y tierra, respectivamente- y con mis plantas Maestras. Así se volvieron tótems para mis altares, aunque al darles este valor simbólico no me refiero a los otros dos tipos de regalos, obtenidos desde un plano más sutil de formas que ameritan una aclaración.

Lo que para mí es una verdad en la práctica del viaje psicodélico, no deja de lado otras opciones racionales para interpretarlo, como la influencia de mi propio pensamiento místico o de los mismos enteógenos al provocar experiencias noéticas. El psicólogo William James usó el término al definir la vivencia mística, y yo lo mencioné como la certeza de una revelación en paquetes de enseñanza etérea, cuando escribí sobre el tema de “Lo sobrenatural” con el link a un artículo al respecto en la revista Vice.com, aquí parafraseado.

Los regalos simbólicos, en lo cotidiano, fueron dos relaciones que sanaron mi soledad y agotamiento emocional, por ejemplo; pero en lo místico, los entendí como tal la noche anterior a ese festival, en mi viaje número 10: De pronto, me veo descansando en una cueva o choza, hay unas escaleras y subo a una covacha parecida a un nido, espero en un banquito al dueño del lugar mientras fabrico en mis manos una pirámide de cristal como obsequio; sin embargo, sólo parte de mí pudo entregarla antes de aterrizar.

Más tarde, imagino una viborita acercándose hasta entrar en mi cabeza, se come los nudos y los bichos de mi mente, anida en ella para ayudarme a domarla, se posa en mi palma y se cubre de plumas, y al final de la noche, me otorga el permiso de sembrar mi propia medicina. ¡Regalazo! En otros viajes de similar imaginación activa y presencia de entidades, recibí de un duende mi frase para abrir la intuición, de la oscuridad un par de cuernitos y del mar unas aletas, que en conjunto me simbolizan la facultad de movimiento en distintos entornos.

Los regalos funcionales, en lo cotidiano, son los cantos de mi M. Aurora, sus procedimientos ancestrales de sanación y aquellos confiados por otras abuelitas; porque en lo espiritual, son esos dones que sí, es cierto que llegan de algún lado, como certeza o encargo ineludible, a través de sueños o trances, a lo largo del tiempo y entre las culturas desde que existen curanderos de muy diferentes tipos.

En mi viaje 17, sin una imagen o presencia previa, de pronto sé que soy “chupador” -quien succiona un daño energético-. Entre la sorpresa y la emoción, grabo mi paquete de instrucciones básicas antes de olvidarlas; el resto vendrá con la práctica y al buscar orientación. Al final de la noche me dan muestra del tratamiento, al sentir desde lo alto un vórtice que absorbe un profundo dolor apropiado de mi cadena ancestral, luego de pasarme horas llorando de manera incontenible.

Durante otras velaciones de similar contacto y emotividad, hubo escenas destacadas que compartí con mi M. Aurora y también interpretó como dones obtenidos: “Mover las aguas” y “Sacar bichos”. Podría hacer un post para detallar estos viajes, lo cual sería más fácil que describir estas facultades recibidas con gran placer y muy consciente del compromiso en aplicarlas.

Aprender a recibir implicó para mí resignificar el dar. Así, con el gusto de la gente de pueblo al compartir su esfuerzo, en vez de por mecanismos para cumplir protocolos. Con el sentido de merecer los obsequios bajo la certeza de algo bien hecho, y la responsabilidad de ofrecer lo que hago en lo cotidiano con todo mi agradecimiento a lo más elevado.

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