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SANCRIS, PUEBLO DE LOCOS

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En una pesadilla preadolescente, un terror me persiguió hasta mi casa. Hubo varias similares, pero nunca vi su rostro. Aunque logré entrar, mi alivio se volvió histeria cuando lo oí en la cocina; subí a mi cuarto y escapé por la ventana colgando del árbol, pero el maldito salió por el zaguán, corrí hacia un coche estacionado y empezamos a rodearlo. La histeria se convirtió en ridículo y me detuve para verlo al otro lado del auto. Era un retrasado mental.

Percibo la magia de San Crisis con una fuerza centrípeta que atrae y retiene a las personas según sus cargas emocionales. Y eso me explica la presencia de tanto “loco” en el lugar. La psicología fue mi segunda opción de carrera y se me considera alguien medio pirado, lo cuál me faculta a ser tan incorrecto como entre afroamericanos decirse nigger.

También mi madre se aplicaba el adjetivo por su espíritu intenso, así que en su forma coloquial siempre lo relacioné con el juicio de quien no entiende una personalidad diferente. Pero una cosa era asumirme como rarito y otra, el gran miedo juvenil de imaginar mi mente perdida en el delirio, el estancamiento intelectual y/o la indigencia.

San Cristóbal no enloquece, ya se llega dañado, decía yo. Tras el umbral de unas semanas difíciles, su curva de adaptación me acercó a la comunidad gracias a mis reportajes locales y a una cordial apertura en la radiodifusora. Sin embargo, tampoco allá encajé bien en sociedad y entonces Mayramorfosis, igual nueva en la ciudad y como reportera, me contó de los bares donde iban “los de fuera”.

Esa oleada de extranjeros y nacionales atraída por el movimiento zapatista, que en sólo tres años transformó la economía y dividió ideológicamente a las familias, además de los turistas y migrantes exóticos que de manera histórica inundan el lugar y confrontan las pasiones de los conservadores coletos. Siempre hallé pertenencia entre raros, como en San Miguel de Allende o la carrera de Comunicación, pero aquí conocí algunos extremos.

Había una escandinava fantasmal que nos agotaba tras unos minutos de escucharla. Tres europeas ya conocidas como feminazis en los años 90 que luego se ligaron con los artesanos más machistas de la banda. Un gringo veterano de Vietnam recogiendo basura mientras parecía discutir con ella, y eso sí, muchos enloquecidos por drogas o fanatizados por una idea romántica del indigenismo.

Hice cuatro reportajes sobre la tragedia de la discapacidad mental en la zona y el abandono de sus familias; entrevisté al cronista de la ciudad, Manuel Burguete, por su registro de unos 500 “locos del pueblo” (…picardías de los Pitos Pérez coletos), y en esa lista, también a don José Eugenio, “licenciado Cero”, en uno de sus periodos de lucidez cuando no vestía de traje para ir a mentar madres al Palacio Municipal.

En una pesadilla infantil, un león me persiguió hasta la alberca de un parque, donde me aventé de clavado. Mi alivio se volvió histeria cuando el maldito animal se sumergió, pero el absurdo de verlo bucear hacia mí me hizo dar cuenta de estar soñando; le di una patada, se hundió, nadé a la orilla y desperté. Corte a…

Al otro lado del auto, encarando al fin a mi frenético terror onírico, de pronto fui hacia él sin dejar de temblar y enlacé mi antebrazo con el suyo para dar vueltas en un bailecito tan ridículo como lo era correr alrededor del coche. Y luego así, dando brincos hacia el zaguán abierto, entré a mi casa y desperté.

Mi mamá me explicó que cuando algo nos persigue se trata de nuestra Sombra, el concepto junguiano de esa parte propia que lucha por revelarse y el ego por esconder. Y al profundizar sobre interpretación del sueño en un largo estudio de Kabbalah, esto me remite a la fiereza que reprimí de niño, tanto como al temor de terminar en la calle con la mente perdida.

La magia de SanCris me atrajo hasta decir “de aquí soy” y me soltó al asumir algunas de mis cargas. Pero una cosa fue encajar entre locos no tan extremos y otra es confrontar la imagen interna torcida por los miedos. Algo como en mis sueños, busqué años después en Huautla al viajar con honguitos… corretear o dejarme alcanzar por mi sombra, reconocerla tan ridícula como la proyecto, reconciliar lo reprimido y darle la vuelta con humor o de una patada, para poder volver casa sin que me persiga nunca más.

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