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TRABAJAR DE ARTESANO

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Lo que me convenció de aprender a hacer artesanía fue crear y subsistir con la labor de mis manos. Darle este sentido a mi trabajo corporal en el desierto -junto con la siembra y la construcción-, me dio la tranquilidad de contar con una fuente de ingreso alterna antes de empezar a ejercer como comunicador. A fin de cuentas, modificar un estilo de vida es cosa de actitud.

En vez de crear música con mis amigos de San Cristóbal, me apasioné con el ámbar. Aprendí a pulir pedacería en bruto, fui comprando un lote entre las sobras del intenso saqueo internacional y conocí un poco más a la banda de artesanos urbanos con su forma hipiosa de vivir que les hace promotores turísticos de la fiesta en todo sitio… y cuyos excesos les ganaron el divertido apodo de “artezánganos”.

Decidí volverme uno, pues, para subsistir en Potrero porque el único medio de comunicación a kilómetros era el teléfono de la tiendita y la cabina Municipal en Real de Catorce. Además, resultó ser un medio de vida muy distinto al imaginado, desde la casa de Renato con todas las comodidades que yo pretendía evadir, hasta las ventas con las que pude mantenerla y a los animales cuando salió de rol unos meses con su familia.

La afinidad en viajar y comprarle cosas a los hippies se remite hasta mi primaria, cuando desmonté cuentas de vidrio del candelabro de la sala e hice un collar con pulsera para declararme a una niña. Funcionó, pero lo devolvió a la salida porque su maldita amiga la convenció de que yo era muy chaparro. El dolor del rechazo, junto al regaño de papá por mi creativo soborno galante, me insinuaban los ineludibles procesos del oficio.

Si bien pasé la iniciación de rebanar mis dedos y hacer callo maleando alpaca, nunca me tatué, ni me hice dreadlocks -rastas-, ni me levantó la policía o se quedó la merca, entre otras penurias comunes en la práctica. Entonces eso de volverme artesano, es un decir, en cuanto implica mucho más que adoptar actitudes o conocer sus técnicas para subsistir del rol, lección bien asentada por Renato de vieja cepa en el gremio.

Aprendí a hacer cadenas, engarces y figuras básicas con alambre; a tallar madera, piedras y el ámbar que llevaba de Chiapas; a juzgar materiales, proveedores y lugares donde tenderme; a montar mi manta a modo para levantarla de un jalón en caso de emergencia; a hacer intercambios sin interés económico y ajustar precios según mi percepción del cliente. Y hasta hoy, aunque sea hobbie, trabajo en abrir mi percepción a la energía de las piedras.

Tampoco me hice artesano entre la banda. La familia se mudó a Potrero, justo por alejarse de su dinámica en Real de Catorce de la que todo el tiempo narraban detalles de tranzas y malpedismos; incluso me pidieron mantener cierta distancia y defender un lugar para vender fuera de la zona asignada. La policía me dejó por tratarse de Renato y sólo en fines de semana, tramité un permiso municipal y enfrenté la suspicacia de ser el único tendido lejos de los demás.

Algunos preguntaron, otros me volaron piezas de la manta, a la mayoría les valí madre y en ello descubrí que esa aparente fraternidad hipiosa tiene sus puntos ciegos cuando va de por medio el espacio o la venta (…o una turista guapa). El caso se vuelve extremo con el desplazamiento gandalla de las mafias de revendedores en ferias y temporadas altas.

La banda, como el desierto, fue algo áspera; pero entre las pocas amistades en mi distancia social -buscada y asumida-, entendí que defender ese lugar igual se refería a conocer los chismes contra Renato… también ineludibles. Mi labor con las manos tomó así un tercer sentido en el proceso de sensibilizar mis relaciones al respecto de sus expectativas y la pertenencia.

Al volver a la ciudad, una chavita fresa me presumió hacer joyería que resultaron collares de hilo de nylon con piedritas perforadas, plumas y el broche pegados con silicón. Le pregunté por el uso de piedras preciosas, las señaló con gesto de obviedad y sólo sonreí complaciente. Ni modo de explicar la subsistencia creativa del oficio artesanal a quien se basta con la actitud de un estilo de vida de joyero.

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