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TRABAJAR LA TIERRA

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Lo que me atrajo de irme a Potrero fue crecer y cuidar una milpa, aunque al final mi trabajo con el cuerpo tomó tres sentidos: con la tierra, con las manos y construyendo. También pensé necesitar aislamiento luego de un año en San Crisis, probar mis límites en la vida de campo o procurarme algún tipo de experiencia espiritual… y lo que me hacía falta era aterrizar la mente.

Conocí a Renato en esa intensa banda de SanCris. Me contó acerca de estar creciendo su primera siembra y el proyecto de construir un camping turístico con talleres para otros artesanos de Real de Catorce. Su invitación a visitarlo abrió las tres vías de actividad física, pero mi idea era sólo pasar unos meses de retiro, ejercicio y contacto con las raíces.

Esto último y el gusto por las plantas vienen de mi papá. Recuerdo muchos viajes en auto hablando de la vegetación, su interés en sembrar árboles frutales para la gente y entre mis primeras memorias están un maizal, él y un viejito persiguiéndome un pollo. Ahora descubro que terminé mezclando esos gustos al viajar con plantas y quizá esas ganas de cuidar una milpa implicaron un desplazamiento de mi paternidad no ejercida.

Como haya sido, llegué poco antes de la cosecha y compartir semejante experiencia familiar fue de los grandes tesoros de esa temporada. Arrancar el maíz seco, jugar con los montones de rastrojo para el caballo, asar las mazorcas, la fascinación de los niños; viví el clímax del trabajo con la tierra, fui a la ciudad por Navidad y regresé decidido a quedarme un año más.

Al volver supe que las mulas se colaron al terreno, se tragaron todo el rastrojo tumbadas en los montones y comenzamos por arreglar la cerca de alambre para la segunda milpa. Los animales andan sueltos en Potrero; una alambrada y guardaganados en la estrecha salida del vallecito les impiden salir, así se alimentan solos del monte -o de los incautos- y la gente sale a lazarlos cuando los necesitan para las labores.

Antes de terminar el invierno se debe pasar el arado para matar las plagas. Y ese proceso de ayudar a los hombres del pueblo a atrapar sus caballos y preparar los campos, son tesoros para otros posts. Contactar con la tierra también implica trabajar con animales y percibirlos bajo un sentido utilitario que, por ahora, podría levantar suspicacias animalistas.

Luego de un tiempo, sembrar tres granos de maíz cada paso largo, espantar a las aves hasta ver los surcos copeteados de brotes verdes, y cuando crecen, cubrirlos recorriendo cada surco con el azadón, horas antes de que salga el sol y endurezca la tierra. Incluso algunas noches saqué la manguera a escondidas, porque allá no se permite regar los cultivos.

Con todos mis cuidados, apenas alcancé a ver el frijol enredarse en los altos tallos de maíz y girasol, porque igual a cuando llegué, me fui poco antes de la cosecha. Desde entonces adoro los ejotes; recuerdo salir a buscar verdolagas o nopales silvestres para acompañarlos, y un par de veces, incluir unos tragos de aguamiel recién ordeñado del maguey de un vecino.

Comer cuanto da la tierra en verdad se carga de significado. Esto incluyó un obsequio de los gatos con un conejo en su caja de arena -repartido entre ellos y los perros- y quizá de un águila incauta, una víbora de cascabel que terminó cocinada a la mexicana -y compartida con los espíritus del desierto en mi segunda búsqueda de híkuri-.

Trabajar la tierra también implica dar ofrenda. Para esa ocasión, la familia me indicó dejar agua, tabaco o semillas en la raíz cortada, pero el concepto se hace más profundo cuando se ofrece la propia energía en sangre, sudor y lágrimas… literal; recuerdo una espina de biznaga atravesar mi uña del dedo pulgar, la clínica donde querían arrancarla toda y el corte junto a la punta que una enfermera concedió hacer ante mi súplica.

En verdad la mente se aterriza poniendo en acción el cuerpo. Yo sigo yendo cada año a la zona para contactar con las raíces donde aprendí a crecer y cuidar la fertilidad a pesar de la escasez, a ser artesano y ganarme la vida con mis manos, a cargar piedra para construir fundamentos propios y a darle a mi esfuerzo físico el sentido ritual de agradecer al lugar por tantos tesoros recibidos.

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