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Road

VIVIR EN DESIERTO

Nunca me fue tan evidente el efecto del entorno, como al vivir en el desierto. Vaya, sabía que en el mar la vida es más sabrosa y del desenfado existencial de sus habitantes, así que al verme entre espinas y coyotes reaccioné con un instintivo “¿Qué carajos hago aquí?”. Quizá ese susto inicial me llevó a descubrir que el lugar mismo, representaba mi ambiente interno.


Veo mi relación con el entorno en tres sentidos: en la proyección que le pongo, en la experiencia que me produce y en la energía propia de la zona, integrada por todo tipo de factores sociales, geográficos y por así llamarlos, mágicos. Así que, en esta Temporada, mucho de lo que te cuento gira alrededor del lugar por mi propio desierto interior.


Porque ya desde planearlo, presentí la aridez de mi padre ante la idea de hacer una vida de campo y la declaración de fumar mota… el pobre casi abandona el restaurante donde nos reunimos. Igual de seco me resultó el trato de la gente por allá, a la que durante meses saludé de mano sintiendo un recelo que atribuía a ser chilango, hasta que me señalaron que tan solo no era costumbre. Por eso, tanto con mi padre como con las personas, el problema nunca fueron sus reacciones sino la sed que proyectaba en ellas.


Vivir en desierto, fue asumir un encierro voluntario. El Potrero, en sí, es un vallecito aislado entre dos brazos de la sierra, donde antes se confinaba naturalmente a los caballos de las minas y haciendas de Real de Catorce. Y durante el año que me reclui por allá, conocí a varios expresidiarios, reviví escenas de mi servicio social en un CERESO en la sierra tarahumara (viaje Espejo de tres meses) y me preparé sin saberlo, para librar una futura batalla legal por el injusto encarcelamiento de mi padre.


Vivir en desierto, fue explorarme en soledad. Durante cuatro meses la familia salió de viaje, los últimos cuatro me mudé a su terreno sin vecinos cercanos, en todo ese tiempo apenas tuve relación con otros jóvenes y con dos mujeres -un ligue de autobús y un besito amistoso-, y lo pasé tan pacheco, que mi mente sólo pudo usar ese silencio para amplificar mis ausencias. De esas, quiero contarte, para acompañarlas y agradecerles por enseñarme a estar mejor conmigo mismo.


Vivir en desierto, fue encarnar mis carencias. Aunque en casa había luz, baño, refri y TV, en el cuartito del terreno dormí sobre petate y cobijas, sólo había un foco, me duchaba con manguera y el baño era en descampado. “Pinche hippie”, pensarás igual que los locales; pero la verdad, uno se acostumbra a todo y al hacerlo entendí que la escasez no significa infertilidad, y que la mesura en el estilo de vida era cuestión de mi actitud ante lo que tenía.


Vivir en desierto, fue caminar entre espinas. Fue sentirme indefenso frente a lo rudo de su naturaleza, su forma de vida y el profundo contacto que tuve con los animales; fue sufrir un merecido bullying por los desplantes de mis abruptas zonas de confort y la inocencia propia del clasemediero; fue ser mucho más cauto y sin embargo, literal, sí me enterré un chingo de espinas, como una de biznaga a través de la uña que causó una llamada premonitoria de mi madre a la cabina telefónica del pueblo… la pobre casi abandona la ciudad para regresarme.


Pero ojo, me encanta el desierto y siento conocerlo mejor que ningún otro sitio. Por eso también lo entiendo en su resiliencia por la vida que le surge de entre las piedras, en su diferente percepción del tiempo mediante el hacer, en su inconcebible colorido que emerge del polvo cuando llueve y en los muchos restos fósiles que son muestra de una tierra evolutiva que antes fue océano.


Ahora, para responderme qué carajo fui a hacer al desierto en vez de a la playa, digo que fui a curarme de sustos. A tomar fuerza del trabajo físico y de introspección, para ganarme “la Luz que te convierte en lo que puedes ser”. Esa es la energía que la sabia nación Wixárika atribuye a esta zona a la que peregrinan anualmente, tradición que acompaño en un mínimo tramo desde hace una década, como ofrenda por todo lo recibido entre sus espinas y cantos de coyote.
 

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